¿La lista es realmente corta para despechar tan rápido el recuento del año que afortunadamente acaba de terminar? Ya no deseamos recordarlo, una apreciación alimentada por la insatisfacción, el desconsuelo, el malestar, pero en el fondo es una apreciación equivocada.

2020 fue un año de destrucción creativa. Un espécimen letal, microscópico pero nuevo, nos llevó al filo del abismo cuyo único antídoto real reside en las posibilidades de la ciencia y sus aplicaciones médicas. La ciencia puede salvarnos, pero puede de igual modo destruirnos cuando decenios atrás, los mismos esfuerzos desmedidos que concluyeron en vacunas, crearon la bomba atómica y nos puso de igualmente de rodillas. Con todo que nuestro futuro inmediato depende de una serie de prevenciones sanitarias y, más aún, de la efectividad de las vacunas, la pregunta que debemos formularnos es si esta ruptura que abrió el 2020 afectó a su favor la percepción hacia la ciencia; si cambió y se volvió sensible o consciente de sus requerimientos básicos. Una percepción que signifique una cartera abierta para la investigación científica.

Pero en México dista de ser así. Las recomendaciones internacionales plantean que, para países como el nuestro, es necesaria una inversión anual por encima del 1 por ciento del PIB, pero ni el actual ni los gobiernos precedentes lo han elevado por encima del 0.3 o el 0.4 por ciento. Una miseria. A la 4T le falta la T de tecnología, que es otra forma de aludir a la investigación científica. Más que nunca nos hacen falta en el país investigaciones múltiples, biología, programación y sociología al mismo tiempo o en tándem, o variantes disciplinarias, sobre los escenarios futuros, extraños e inciertos, con los que lidiaremos, todos, en los próximos meses y años.

2020 registró letalidad y actividad científica en sus niveles máximos. Un encuentro a más de tres síntomas, pero con cerca de dos millones de muertes en el mundo y con una crisis económica global que aún no se revela del todo. Efectos posteriores que conocemos poco, tanto a nivel de los cuerpos biológicos como en la geopolítica internacional. En nuestra época de expansión digital de la experiencia, pantallas, teletrabajo, algoritmos e inteligencia artificial, este virus planteó la situación actual en términos tajantes: aunque todo aquello de la digitalización e Internet es asombroso e inquietante, nuestra especie no tiene nada de especial, es contingente, quedaron muy atrás las especulaciones con sabor a Nietzsche del súper hombre, y este virus datado en Wuhan, China, sin neutralizarse del todo, sigue siendo la amenaza letal con la que batallaremos en lo inmediato.

El virus como entidad destructora, formulado hace tiempo por el crítico Frederic Jameson, es uno de los dos agentes que gozan de amplia reputación para la devastación de nuestra forma de vida. El otro agente es la mega catástrofe proveniente del impacto de un meteorito, como efectivamente ya ocurrió en la época de los dinosaurios.

Así como ha habido años marcadamente políticos o intelectuales, 2020 fue un año de ciencia ficción; la ciencia ficción se convirtió en realismo o en nuestra vida cotidiana. Futurístico, desconcertante, con permanentes reflexiones de alto vuelo. Pero en nuestro horizonte de posibilidades de cambio social radical, como otro saldo remarcable, se confirmó nuestra obstinada incapacidad colectiva de formular dicho cambio a través de nosotros mismos. ¿Estamos en verdad tan lejos de un futuro próspero, sustentable o amigable, según las capacidades de cada uno? Dudo que algunas pistas de relevancia las encontremos en la filosofía política contemporánea, en las proyecciones de los partidos políticos o en las discusiones parlamentarias de cualquier índole. Es más probable que las hallemos en alguna página valiosa de la ciencia ficción de nuestro tiempo.

Un mensaje desde la Tierra, que atraviese a grandes velocidades el mar oscuro de las estrellas. Un mensaje como el que escribió la protagonista de El problema de los tres cuerpos, esta novela de ciencia ficción china, que ha causado interés y revuelo: “Vengan. Yo les ayudaré a conquistar este mundo. Nuestra civilización ya no es capaz de resolver sus problemas por sí misma. Necesitamos la intervención de vuestra fuerza”.