FANÁTICO DE LAS CIENCIAS MATEMÁTICAS, Edgar Allan Poe trasladó el espíritu geométrico a la narración en 1841 con “Los crímenes de la rue Morgue” y, con ello, Poe fundó un nuevo género literario: el policial, también conocido como clásico policial o novela policial de enigma. Tanto en francés como en español la palabra morgue alude a la muerte. Si lo observamos más de cerca, no es ocioso preguntarse por las conexiones que existen entre los que estudian matemáticas y los que se interesan por el crimen. Ya ven aquí, entre nosotros y en la Venus. Pterocles Arenarius estudió ingeniería en el Politécnico y ahora resulta que escribió otra novela sobre crímenes.
El corazón del clásico policial se concentra en las lecturas, frecuentemente inesperadas o heterodoxas, que hace el detective sobre indicios desperdigados, a menudo ocultos, en aras de dar con los culpables. El policial cree por encima de todo en la reflexión y en la investigación, muestra cómo un detective hace uso privado de la razón para resolver un enigma.
Walter Benjamin, por otra parte, observó que el crecimiento de las urbes y el anonimato que favorecía ese crecimiento no sólo impulsó el desarrollo de la fotografía y la numeración de las calles, el fichaje y la tecnología que hacía posible la identificación de las huellas dactilares, sino que fue la atmósfera social para la producción de los relatos policiales.
Poe inventó el género en Estados Unidos cuando Estados Unidos era una periferia cultural, pero fructiferó en Inglaterra. La legalidad y las aventuras, aspectos medulares de la tradición cultural de la isla, cobijaron al género y lo potenció. Sin embargo, los límites eran claros: para redoblar los efectos del enigma, las motivaciones al crimen eran gratuitas o estaban sublimadas y el género no cuestionó jamás las instancias de la procuración de la justicia, creyó ciegamente en la policía y los tribunales.
El género, sin embargo, no pudo neutralizar la parodia porque tiempo después hubo relatos, manufacturados por la mancuerna Borges y Bioy Casares escondidos bajo el autor ficcional de Bustos Domecq, que inventaron al personaje Isidro Parodi quien resolvía las charradas desde una fatigosa habitación de una penitenciaría. Borges difundió con gran eficacia el género policial y quizá fue el mejor exponente del género escrito en español. “La muerte y la brújula”, publicado en 1942, en el libro Ficciones me parece, es quizá un monumento al género policial.
Fue en los Estados Unidos de los años de 1920, particularmente alrededor de la crisis mundial del 29, unos años tenebrosos y en ascenso de las mafias, la prohibición del alcohol y los gánsteres, que los escritores estadounidenses del género lo modificaron sustantivamente hasta el grado tal de crear otro, conocido ampliamente después de la segunda guerra mundial, como el género negro. Las motivaciones al crimen eran claramente explícitas. El dinero y el poder siempre despiertan las bajas pasiones, que muy a menudo concluyen en sangre y muerte.
Este género postula que sobre el crimen es posible comprender lo que realmente está en juego en sociedades como las nuestras: desiguales, polarizadas, capitalistas. Bajos las exigencias del realismo más puro y denso, los antiguos límites del género policial fueron trastocados, tanto más si el escritor se proponía trabajar con los nodos de la sociedad capitalista.
Bajo la óptica del género negro, uno fácilmente puede contrastar el abismo que existe entre lo que la sociedad dice sobre sí misma (todos somos libres, todos tenemos las mismas oportunidades, etcétera) y lo que el crimen desnuda sobre ella: nadie está a salvo, el peligro nos ronda a todos, dude de todo y de todos, particularmente de los más cercanos.
A diferencia del género clásico policial, el género negro sufre tensiones. Petros Markaris, escritor griego de policiales, observa que la novela policial suele rondar más bien la pregunta por el quién y la novela negra se cuestiona por el por qué. ¿Por qué sería un crimen, digamos, el asalto violento a un banco? Muy cerca de lo que había dicho Bertolt Brecht: “Robar un banco es un delito, pero más delito es fundarlo”. ¿Quién se convierte en criminal desde los ojos del Estado? Juan Sasturáin, autor argentino del género, ha hecho notar que hay muchas novelas negras en las que el detective está ausente, pues no se desarrolla ninguna investigación. La identificación del lector no se produce con un detective sino con las víctimas. Es el caso del escritor David Goodis. Y hay otras ficciones del estilo de Jim Thompson, en las que están contadas desde el asesino, que suele ser un policía.
En resumen, el género negro sabe que el sistema no castiga a sus hombres, sino que los premia. El negro sabe que los encargados de hacer guardar la ley son los que muy a menudo la impugnan. Sabe que los que deben aplicarla, son potenciales asesinos.
Si el género negro ha funcionado siempre como una llave maestra en la narrativa para entrarle a los núcleos fundamentales de las sociedades capitalistas, ya se imaginarán lo que los escritores contemporáneos postulan o encuentran en sociedades subdesarrolladas y pobres, latinoamericanas en suma, la mexicana en particular.
Estas son algunas coordenadas mínimas para entrarle a esta nueva novela de Pterocles Arenarius. Nos ofrece un nuevo pretexto para seguir interesados en la literatura, para agudizar nuestros sentidos y problematizar y conversar del hoyo negro donde nos encontrábamos y quizá de dónde hemos salido.
No me resta decir que siempre es un triunfo la publicación de un nuevo libro. Un libro es una réplica de la eterna disputa entre la civilización y la barbarie.