ES NATURAL QUE el timón de la 4T, junto con todos los almirantes, concentren el mayor foco de interés de observadores y críticos; un escenario de primerísimo orden que suscita toda clase de apologías y rechazos.
Es mucho lo que está en juego en las decisiones atinadas o fallidas del estado. El estado favorece o agravia a millones de personas en el corto plazo. Categoría filosófica de viejo cuño, los hijos de perra desean invariablemente que las cosas vayan a menos y alimenten la incertidumbre y la desconfianza; es su labor conspirativa que nunca ceja y que siempre habría que tomársela muy en serio. Un poco a la William Burroughs: el paranoico es un tipo que intuye que la devastación está por venir.
Además de esta lectura paranoica del mundo, always pertinente, el compromiso nuestro, antes bien, no se reduce a la atención de las luminarias y las alturas. Con dosis de humildad mediante, algunos de nosotros hemos pisado senderos paralelos, barriales, a los escenarios de visibilidad nacional. De un tiempo a la fecha, en efecto, algunos de nosotros hemos tratado de conectar dos circuitos cuyos cruces son esporádicos o raros o inexistentes.
Por un lado, el académico o universitario mantiene una intensa actividad, no cabe duda, pero las fronteras de sus foros se alzan incólumes frente a las exigencias de la vida práctica. Cualquiera que desee escuchar a los miembros de la academia es necesario acudir a Ciudad Universitaria o variantes de esta variante. Desde luego, no siempre ocurre. La academia se ha caracterizado por la rigidez de su formato, hay en ella demasiado pompa y platillo; para muchos de los que provenimos de sus entrañas, cansados de los rituales y la toga, pensamos que los universitarios son espacios de sanción, más que de intercambio. Muchos de sus escenarios responden también a la lógica de la farándula y el espectáculo ramplón. De a ver quién recita de memoria al gurú de moda. Bajo las exigencias del desinterés o la neutralidad valorativa, caro a los deseos liberales de Max Weber, los foros universitarios mantienen al fin y al cabo una vida, pero dentro de un circuito cerrado.
Los itinerantes circuitos de la militancia, por el contrario, son de puertas abiertas, aunque su público suma tres o cinco o diez enjundiosos. Para muchos de los visitantes primerizos algo ocurre y desaparece el anzuelo; nunca más volvemos a encontrarnos. Pese al reino de las carencias, que acecha sistemáticamente la acción política de los militantes, los circuitos de la militancia ruedan por la ciudad. Se apagan un tiempo y vuelven a prenderse. Sus más férreos participantes están destinados a sobrevivir al Apocalipsis. Sin embargo, en la mayoría de estos circuitos brilla el rostro de la inmediatez, subyuga muchas veces la lógica electorera, la tétrica dimensión temporal para dinamitar procesos de largo plazo. Muy a menudo hay caos en las nociones y la pedagogía popular no resuelve las discusiones de fondo. Como en todo hay excepciones. Hay miembros de un bagaje político o un acervo cultural que, según las clasificaciones de algún posible Bestiario, los convierte en los zorros del asfalto.
No estamos para descubrir la pólvora, es cierto, como se dice, pero se volvió necesario el punto de contacto, la edificación de los puentes. Alimentada por universitarios heterodoxos y escritores independientes, inauguraremos próximamente una primera temporada cultural, una serie de intervenciones públicas, dirigida al cuerpo de la militancia. Se trata de la creación de un circuito que busca la conversación inteligente y el debate. En busca de la atmósfera de la tertulia literaria, deseamos la profundidad o el chispazo genial dentro de la conversación informal. Claves fundamentales de la política que nos interesa, el terreno fértil de la ansiada democracia.