Un viejo maestro en la universidad nos recomendaba hacer dos tipos de lecturas, siempre que fueran posibles. Una primera bajo la guía de la mejor voluntad, una lectura inocente con el único criterio de disfrutar la lectura misma. Una segunda lectura, por el contrario, con el rigor de buscar la costura de lo leído, lo que podríamos llamar la huella del oficio del escritor.

Leí tus relatos en dos ocasiones con esta última intención.

En primer lugar, debo reconocer en tu trabajo la suficiente madurez de alguien que cultiva el género con visible experiencia anterior; ignoro de cuánto tiempo atrás, y desconozco si la experiencia se refiere a la creación literaria o, más bien, tiene su origen en la elaboración de ensayos de tipo profesional y académico.

El resultado son textos debidamente aseados, formalmente coherentes y con la suficiente malicia creativa, lo que refleja no sólo a un escritor con experiencia previa, sino también a un avezado lector.

La lectura, por tanto, es ágil, amena, interesante, bien ubicada en el tiempo y la definición de los personajes. Conociendo brevemente tus antecedentes académicos, es indudable el ojo de un profesional observando el comportamiento humano en diferentes escenarios y circunstancias.

Aprecio como la mayor virtud en tu trabajo la definición más que afortunada de tus personajes, aún tratándose de relatos cortos; el desarrollo de los mismos es suficiente para explicar la anécdota que se quiere relatar. La ambientación, el humor corrosivo e inteligente, las inflexiones del lenguaje y la anécdota propiamente dicha se desarrollan en un ritmo adecuado para mantener en todo momento el interés por la lectura.

Otro mérito indudable es haber librado la tentación del final sorpresivo o predecible, que, visto con rigor, son las dos caras de la misma moneda de una fórmula probada en su eficacia y, por tanto, difícil de eludir. Tus finales son llanos y acaso anticlimáticos, por lo que todo el rigor de la escritura se reparte en la descripción íntegra del relato.

Creo que los relatos, sin ser acartonados, se desempeñan en lo que diríamos es tu zona de confort; hay una indudable maestría en la redacción, pero el estilo se mantiene estático, en un tono muy cercano al ensayo y sin la audacia de buscar nuevas fórmulas en la descripción o la narración. Pongo dos ejemplos. Primero los relatos están contados básicamente en tercera persona; pareciera el ojo del académico observando el universo motivo de la indagación; segundo, la voz interna de los personajes no recurre al uso de guiones, aunque recoge inflexiones y modismos del habla particular del personaje; falta dejarlos hablar con mayor fluidez. El uso de guiones tiene el doble efecto de darle más dinámica al relato y de hacer más explícita la personalidad del protagonista.

Resumo mis comentarios. La ambientación es excelente, la descripción adecuada, la anécdota contada con sobriedad y eficacia, los personajes bien delineados… acaso me atrevería a sugerir que en futuros relatos, asumieras con más audacia la voz de tus personajes; al menos como ejercicio creativo, me parece un reto digno de experimentar. Más diálogos harían lecturas más ágiles y, dependiendo del tema, también más contundente el perfil de los protagonistas. La novela es una faena de largo aliento, decía alguien por ahí; el cuento, en cambio, debe ganar por knocaut. Concluyo con mi sincera felicitación por tu trabajo creativo; dicho con toda objetividad, creo que tu material es digno ya de una circulación mayor.