DE LO POCO QUE RECORDÁBAMOS DE LA TRISTE FIGURA era que se llamaba también Ricky Riquín Canallín. Tras la aplastante derrota en las elecciones de julio de 2018, el ex candidato presidencial del PAN, Ricardo Anaya, había desaparecido del mapa, muchos de nosotros pensábamos para bien de la nación, hasta que alguien sumó los arrestos necesarios para resucitarlo y convocarlo otra vez.
Los locos, los actores y los valientes no le temen al ridículo.
Su reaparición, sin embargo, fue fugaz. Thanks God!
Me lo imagino a Anaya que iba en camino a la cita en el campus universitario elucubrando su nuevo promocional de un político joven resurgido desde las cenizas y calentando los músculos con la pera de box, cuando recibió el mensaje de chat. Anaya ni siquiera tocó el campus porque los típicos encapuchados, poquísimos, lívidos y alucinantes, cerraron los accesos a dicha facultad y lo decretaron a Anaya persona non grata.
De inmediato surge la ráfaga de las interrogantes.
¿Quién parió la idea de invitarlo a Anaya a la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de Ciudad Universitaria?
¿Quiénes eran esa minoría de encapuchados?
¿Actuaron por convicción o por consigna? Who knows.
¿Los 15 enmascarados que reportó la autoridad encarnaban la volonté générale de cerrar la facultad? ¿Cómo operó ese mecanismo cuasi mágico de delegar el derecho de la mayoría en un puñado de individuos desconocidos?
¿No es sumamente endeble la tradición universitaria del debate público, frontal y abierto, que impida a una minoría corajuda imponerse a la fuerza sobre la mayoría? Se impidió el acceso a Anaya, pero no tardó la comunidad estudiantil en reorganizarse y votar en una asamblea la reapertura parcial de las instalaciones.
Mucho escándalo y ninguna idea de peso en todo eso.
¿Fue un simple acto de censura?
¿Nos vamos a comprar tan fácilmente que la Universidad ostenta el derecho de escuchar, y de hacer escuchar, todas las voces sin importar la cualidad o la calidad del mensajero?
¿No había sido acusado Anaya por lavado de dinero?
¿Merece una segunda oportunidad?
¿La Universidad debe cobijar cualquier foro de discusión ideológica y abandonar el debate moral en la discusión ideológica?
¿Era moral la invitación?
¿La moral no tiene invitación alguna en esta clase de situaciones?
¿Qué tipo de consignas de superación personal, me imagino, iba a dictar Anaya?
¿Quiénes iban a pagar 20 mil pesos para matricularse en un diplomado intitulado “Política mexicana contemporánea, una mirada plural”, al que fue convocado Anaya?
Plural my ass.
Dispuesta a desembolsar el dinero, ¿era un derecho de la comunidad estudiantil ir a escucharlo a Anaya?
¿No eran figuras de la oposición pedorra y sin neuronas, como Rubén Aguilar, Carlos Castañeda, Javier Corral y otros integrantes del recién creado partido Futuro 21, que de futuro está por verse, todos los ponentes del supuesto diplomado?
Por cierto, ¿adónde iba a parar el dinero recolectado por los cobros del evento académico?
¿Los organizadores del recinto universitario habían pagado con antelación a Anaya? ¿Y cuánto le pagaron?
¿A esos fines privados y menores destina el presupuesto la Universidad Nacional, dinero de todos redirigido a invitar a personajes de dudoso pasado e integridad moral?
¿Pero no eran públicos y gratuitos los servicios que ofrece la Universidad Nacional?
¿No es más bien conservadora la Universidad Nacional, se ufana de ser librepensadora de dientes para afuera y no sé qué?
¿Se enmascaró un acto de resurrección o realineación política de la oposición bajo el halo de la neutralidad de la actividad académica?
¿Se hizo bien o no en impedir que hablara Anaya?
¿Por qué somos tan incapaces en el terreno del debate de ideas y por qué tenemos tanto miedo a la confrontación ideológica, pública y abierta?