Las piernas conquistan el espacio, los sentidos, el lenguaje. Los ojos fijos, celestes, cansados. Está ansiosa en la silla profesoral. Anclada al cuello, una cadena combina con aretitos simpáticos, maquillaje tenue en los párpados y en los labios, peinado de par en par, como un libro, de un cabello largo, rubio y lacio. Desde el ángulo impreciso, al fondo, se quiebra la imagen del grosor de las piernas. Pero realzan la figura las uñas rosa y dos arillos voluminosos en los dedos. El cúmulo de hojas apiladas sobre la mesa, plumones fluorescentes, la máquina portátil en pausa y el café en un vaso grande de metal. La bolsa a un costado y el celular que vibra de vez en vez. ¿Quién le insiste a las 10 de la mañana? Una etnografía del cuerpo, escribe quien la mira al escuchar el despliegue de la voz frente al auditorio. Permea el espacio. Advierte. Convence. Disuade. Pasea. Los escuchas, por su parte, aprueban. Actos de fe de un ritual antiguo, religioso en el fondo. El hilo discursivo se interrumpe. La protagonista hace una mueca, duda y cambia la pose. Porque las diferencias entre lo cuanti y lo cuali, dice de forma contundente, no son menores ni falsas. Lo aprueba la que mira enfrente, abre los ojos, aprieta los dedos, anota en su block lo que escucha y respira más rápido. Acontece un desliz. Alguien al costado de la mesa circular afirma algo extraño sobre la crisis y los países periféricos. La protagonista recoge su cabello y cruza las piernas. Nació dotada, piensa el que escribe, o hace movimientos sistemáticos en escaleras eléctricas. Pero si desechas algunas advertencias, ataja, no sería necesario el método que aquí nos convoca. Otra concurrente teclea la idea que habita en el aire y afirma con el movimiento de la cabeza, en sube y baja. En la interrupción, se toca y acaricia la barbilla y suspira. Como si lo que ha apuntado en la pantalla es una contribución a la alta teoría. Porque de eso trataba la lectura de hoy, ¿no es cierto?, añade otro estudioso medio bobo del aula universitaria. Me complace el universo, Dios o el Príncipe de las Tinieblas que el fin de los años de encierro escolástico tocó el puerto para quien esto escribe. Desde luego, en descargo de lo anterior, según esta nota perdida de un diario marginal, quedó en ciernes, mutilada, la contemplación de aquellas piernas genuinas. Una más de nuestras imposibilidades, proyectos suspendidos en el tiempo./