Una idea política relevante es como un hachazo que cae sobre nosotros, capaz de romper la oscuridad, la indiferencia o el potencial hielo que reina al interior de cada uno de nosotros. Una idea de esta naturaleza nos sacude, nos llama a la reflexión, activa el cavernoso sistema neuronal. Nos pone en guardia, o en suspenso, listos para salir al combate.

En materia de ideas políticas relevantes, mi impresión es reservada. Pese a la efervescencia electoral, México es un desierto intelectual.

Pasemos revista a dos casos singulares que van a ayudarnos para sostener mi impresión. Muy a menudo, para pasárnosla suave, comenzamos con las flaquezas de la oposición, que se ha convertido en la botana de propios y extraños, y terminamos casi siempre con la esperanza de que algo significativamente distinto ocurra con la 4T, sin resultados del todo claro o positivos. Hagamos lo inverso para neutralizar el sospechosismo que a veces recae en esta frecuencia sonora.

Especialista en temas literarios, Marx Arriaga es un profesor universitario con licencia de una universidad pública de Ciudad Juárez que fue reclutado por la 4T y mandado de inmediato a la Red Nacional de Bibliotecas Públicas. No tardó en ventilar la putrefacción en la que se hallaba dicha red a causa de la negligencia y corrupción generalizadas de administraciones anteriores. Se desempeñó hasta hace poco en aquel puesto y nadie puede regatearle los impulsos vasconcelianos de su breve gestión: movilizar un montón de libros empolvados a las bibliotecas públicas dispersas y alejadas de nuestro país. Marx Arriaga activó conversaciones abiertas en el gremio de bibliotecarios y sacó un manifiesto público, que encendió los ánimos. Le gritó al mundo que no había recursos de la 4T para reactivar a un gremio invisible.

La pandemia afectó todo, lo sabemos hasta el cansancio. Quizá el mal control de daños que desencadenó dicho manifiesto le costó la cabeza, abandonó el puesto y la actual secretaria de cultura, que sigue brillando por su ausencia, lo recolocó en la oficina de textos escolares de la Secretaría de Educación. Luego entonces, Marx Arriaga encabezó la más reciente convocatoria de ilustraciones de los textos gratuitos y vino otro desfalco. No iban a recompensar a los participantes ganadores por la veta electoral. La noticia fue un escándalo y devino meme. En efecto, cualquier tipo de imágenes, entre más gratuitas, caseras o graciosas, podía ser útil para ilustrar los textos de historia, biología o civismo. Todos y todas nos reímos incrédulos o asustados.

Esta 4T en cultura reproduce una concepción obscena e insultante: asume que los participantes del circuito cultural nacional viven del aire, o del aplauso, o de la intrincada batalla consigo mismo. No habrá nunca ideas de política cultural significativas sin un mínimo de condiciones materiales adecuadas: salarios dignos, recompensas acertadas, derechos laborales asegurados. Con esa clase de convocatorias, esta 4T se burla del esfuerzo personal, es vergonzosa y debe reformularse.

En descargo de lo anterior, esta concepción de lo gratis viene de tiempo atrás, se ha naturalizado y expandido en muchas otras zonas del campo cultural. Es una concepción extendida en los consumidores e incluso se ha infiltrado entre los productores culturales, renuentes a la mercadotecnia o al ofrecimiento de contraofertas, facilidades de pago, abonos chiquitos, etcétera. Recursos básicos del mercado para que los artistas no fallezcan en el intento.

En contrapunto tenemos el caso del señor antropólogo Roger Bartra. Ya sé que ha sido una personalidad piñata, le llegan palos por todos lados, particularmente desde Palacio Nacional. Su caso es inevitable porque es un caso ejemplar. No caeré, sin embargo, en la mofa gratuita del tipo Hernán Gómez quien lo ridiculizó al entrevistar a un Roger maniquí, inerte, sin polemizar realmente con él.

Sabemos de sobra que Roger Bartra es un investigador destacado de la Universidad Nacional. En cuanto tal, cuenta con todas las condiciones materiales para borrar, escribir y reformular, comprar libros en Amazon y ser feliz. Sus intervenciones, casi todas, son promocionadas por el Instituto de Investigaciones Sociales. Sorprende que este legendario Instituto llame conferencias magistrales a las soporíferas reiteraciones de los clichés de Krauze que hace Bartra, vendidos ahora bajo el mote de “posdemocracia”. El mesianismo, el peligro del populismo, los atentados contra la democracia liberal, la concentración de poder. Sería bueno saber quién dictamina al antropólogo, ¿no?

Al igual que los panfletillos de Nexos o Letras Libres, Bartra es un veterano que dejó de entender el pulso político de México. El antropólogo repite ideas, semi conceptos, formulados tiempo atrás. Un personaje también televisivo, que se está construyendo ahora a partir de la reiteración y los exabruptos. Ha quedado preso de slogans y ya no puede ir más allá. Es un libreto cuyo autor ya no puede, o ya no quiere, reformar. Como colofón, constatamos con cierta sorpresa que, por la raza del Instituto, están hablando sobre todo los miembros impuros de la reacción, pues Roger Bartra hubo una vez que fue marxista.

Por ahora ni la sangre joven de la 4T ni los veteranos de la intelectualidad reaccionaria han logrado cuajar ideas políticas relevantes. En este orden de ideas, México espera ansioso que algo nuevo ocurra y ocurra pronto.