ALGUNOS TEÓRICOS DE LA CULTURA han bautizado la época que vivimos como “poscristiana, posmoderna o poshumana”. Como si aquellos valores supremos, sobre los que rondaron civilizaciones anteriores, se experimentaran en nuestra época en su plena negatividad. Lo verdadero ha sido contaminado por lo falso. Lo bueno ha sido conquistado por lo feo. Lo bello ha sido trascendido por el horror. ¿Por qué se ha desacreditado el acto desinteresado por la verdad?
La alta violencia y el cinismo definen también nuestra época. Es natural que las implicaciones vayan más allá de los límites de algún régimen, de las fronteras de una zona geopolítica o de los pliegues de una ideología particular.
Las de nuestra época son grandes paradojas. Innumerables son los retratos. El “banquero capitalista burgués” que purifica el dinero sucio o manchado de sangre. El grupo político que se colude a favor de un cártel pero se opone a otros. Los policías municipales y militares que combaten a unos traficantes pero protegen a otros. Los jueces que no consignan a verdaderos malandrines o capos pero edifican kilométricos embrollos legales para avanzar un centímetro en incuantificables casos infames y dolorosos. Normalistas desaparecidos y obreras descuartizadas. Maestros asesinados y niños calcinados. Periodistas de a pie ejecutados, directores de medios adinerados y treinta mil desaparecidos. ¿Quién puede con toda seguridad dar una cifra exacta? Los saldos más básicos, en nuestro caso, del período infame. Los gobiernos de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto (2006-2018).
¿Qué pasa con los mutilados o heridos o con aquellos cuerpos que han sido cocidos de la boca o cortados de las manos o de lenguas arrancadas? ¿Qué clase de diálogos se dan entre los socorristas y los que han sido agujereados del cuerpo? ¿Cuántos muertos por día y por noche? ¿51? ¿72? ¿Quién son estos anónimos? ¿Quién va a identificarlos? ¿Qué hacer con los niños que crecieron escuchando balazos? ¿Con los huérfanos que querrán hacer justicia? ¿Con las madres o viudas que anhelan encontrar a sus hijos o esposos?
Así como la violencia extrema se ha expandido de una manera inconcebible, el cinismo no lo ha hecho menos. En mi concepto han sido verdaderas loas a la “razón cínica” las reacciones públicas a propósito de la “filtración” de una lista (aún parcial e incompleta) que publicó la prensa fifí el jueves pasado. La lista no oficial del chayote: los medios de comunicación, o empresas de información, que se sirvieron durante muchos años con la cuchara grande.
El gobierno actual ha rechazado la exposición oficial del gasto en publicidad en medios de comunicación por parte de los gobiernos anteriores (al menos el peñista) porque sería leído el acto como uno de ataque, censura y calumnia. La constatación, una vez más, de la piel delgada de los aludidos, de la oposición y de los detractores. Aun sin el sello oficial de la lista que circula, los titulares o representante directos de los medios especialistas en el chayo han recurrido a estas irrisorias acusaciones. Era previsible. Sin embargo, hacen bien los periodistas independientes en seguir presionando en Palacio Nacional por un acto oficial para agotar todos los detalles y para despejar todas las incógnitas de la lista: nombres, montos y conceptos de los montos.
Hasta donde he podido rastrearlo, las empresas evidenciadas y los periodistas señalados, en algunos casos como directores, miembros de los consejos directivos o accionistas, han sido obligados a detallar sus números. Aludidos y expuestos, han hecho cuentas, desglosan porcentajes y arrojan tuits. Tratan de justificar lo injustificable. La filtración reciente los presionó al grado tal de ventilar sus archivos. En algunos casos los forzó a abrir sus consciencias. No lograron limpiar su imagen, pero sí participaron del cinismo que se generaliza y expande sus tentáculos. “¡Insólita la desfachatez, tuiteó un famoso yutubero, de los chayoteros!”.
Presento a continuación lo que podría nombrarse la breve “polifonía de voces de los polivoces”.
“Una campaña permanente de difamación, enfocada durante todo este periodo en algunos periodistas que han sido críticos del presidente”: Raymundo Riva Palacio. Un “crítico” que no actúa como crítico.
“Reforma dio a conocer la lista de los “chayoteros”. Dice que SDP Noticias, empresa que dirijo y de la que tengo acciones —nunca he sido el único socio—, recibió 153 millones de pesos. Eso es verdad. Pero resulta verdaderamente lamentable, presidente López Obrador, que no dieras a conocer la publicidad que el gobierno de EPN compró en Grupo Reforma: alrededor de 300 millones de pesos”: Federico Arreola. Un “independiente” que no se comporta como tal. Y en su alegato concluye Arreola, casi en el umbral del llanto, con la interrogante de si ahora es ilegal ser periodista y empresario.
“Por eso es preocupante que el presidente de la República ataque a uno de los pilares del derecho al lenguaje y la libre expresión: la prensa”: Armando Luna Franco, columnista de Animal Político. Un columnista desconocido que publica libremente sus opiniones.
“Registro el mensaje de la oficina del presidente que es difamar para callar. Conmigo no lo logrará y asumo todas las consecuencias. En lo personal reitero que nunca he recibido un peso del gobierno: López Doriga. El chayotero mayor.
“Y mientras se debate la lista, @EPN muy tranquilo y brindando”: Leo Zuckermann. Un comentócrata neoliberal.
Es imposible agotar aquí todas las interrogantes que ha abierto la “filtración” de la lista. Con gran tino, Sabina Berman o Antonio Ruiz, periodista del medio independiente Sin Censura, han planteado la tesis del fin al gasto en publicidad de estado. Un gesto futuro, cristalino, inequívoco, del paso a la austeridad franciscana.