¿Cómo se transforma una persona en un lector? ¿Un lector especializado recuerda el proceso de los inicios? ¿Esta metamorfosis cuaja mejor en la infancia, en los años de estudios universitarios o responde al capricho o el azar? ¿Cuáles son los ambientes favorables para que una persona, frente a todo lo posible de las cosas, conquiste un apego especial para con los libros? ¿Alguien realmente ha descubierto cómo funciona el mecanismo? ¿Qué es leer? ¿Qué es un lector? ¿Cómo se reproducen? ¿Qué papel juega la tecnología, los acervos en casa y los abuelos? ¿Qué responsabilidades son imputables a los precios del libro, a los gestores culturales, a las iniciativas municipales? ¿Qué clase de políticas culturales son eficaces en ciudades como las nuestras, megalópolisis cuyo ritmo es vertiginoso? ¿Cómo están participando los editores o los escritores de todos los géneros en el apremiante (y al mismo tiempo fascinante) asunto del fomento de la lectura y de los libros?

La falta de tiempo o la falta de interés, se dice a menudo, son las respuestas recurrentes que los mexicanos se dan a sí mismos para explicarnos este fenómeno complejo del acto de leer. Suena como un asalto aquello de robar el tiempo al tiempo de otras cosas y, dicho sea de paso, no existe ninguna disposición espontánea o natural para llevar a cabo algo específico. Estamos hablando, desde hace tiempo, de recompensas y de castigos o, de forma mucho más clásica, de medios y de fines.

Son varios los adjetivos que he escuchado para caracterizar al acto de lectura: difícil, aburrido, cansado.

Según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía, fueron 3.3 libros leídos por persona en 2019. Por ocioso que sea, esta cifra nos impide conocer qué clases de libros fueron los leídos: ¿novela, crónica, ensayo, manuales técnicos? Hay libros, sin embargo, que merecen una lectura lenta como propugnaba Nietzsche la lectura de la filosofía. Una lectura de una página por día. La fenomenología del espíritu, el Antiguo Testamento, Los hermanos Karamázov, digamos, bien podrían ocupar las únicas lecturas del año, quizá estar leyéndolos, poco a poco, todos los años. Frente a lecturas como las anteriores, es ridículo abogar, como se hizo en México durante el neoliberalismo, por una estrategia de fomento a la lectura en función de un período específico de 20 minutos diarios.

¿Y los leídos, fueron libros en papel o ebooks? Con respecto al formato de lectura preferente entre los llamados millenials, de 10 jóvenes 4.4 los prefieren impresos y 2.7 en digital. Una distribución porcentual que matiza el boom de la digitalización de toda la vida, particularmente la de los libros; dicho porcentaje se muestra mucho más que un alivio al circuito independiente de los libros impresos. El dato invita a la reflexión, por lo demás, porque si los (altos) precios de los libros ejercen una incidencia desfavorable para con los lectores, el precio del ebook se había convertido en una verdadera opción para que los obstáculos de la lectura no fuesen justamente los precios; obstáculos, éstos, siempre. Hay títulos en ebooks tan buenos en el mercado global que rondan los 50 pesos y también muchos otros que superan los 300. Todo en esta vida es relativo.

Aunque para adquirir ebooks es necesario contar con una tableta especial de lectura o contar con algún dispositivo o aplicación en el teléfono personal que permita la compra y la descarga de los ebooks, además de una cuenta bancaria y un adiestramiento adecuado de cómo manipular y moverse en las plataformas digitales; en efecto, una familiaridad (no repartida de manera universal entre las personas o los usuarios) para llenar o resolver contratos y formatos. Parece mentira pero el acto digital de lectura supone algo más que el interés y dos ojos despiertos. Robar más tiempo al tiempo.

La fascinación que desencadenó el ebook se ha normalizado, forma parte ya de los hábitos de muchísimos lectores, pero ya es insuficiente para abarcar otros fenómenos que estamos experimentando en el mundo de los libros. La voz y el oído, sentidos que dominaron el mundo intelectual de la antigüedad, han regresado en nuestro mundo con los audiolibros y los podcast, esta versión de radio mucho más personal, flexible y portátil, y menos burocrática, costosa o artificial.

El crecimiento del podcast de literatura, libros, librerías, lectores, bibliotecas, se ha vuelto estratégico de nuestras lecturas y de los lectores; se ha transformado en algo mucho más que un contorno de los libros: es un modo contemporáneo de leer, donde el tiempo dedicado a otras cosas converge con el libro o con conversaciones entre libros o entre autores. Frente al despilfarro de energía en la ida a los trabajos y en el regreso a casa, o en el multitasking de la vida doméstica, estas modalidades del audiolibro o del podcast están funcionando, a la manera de una llave que abre el candado, para lidiar con el caos de las megalópolis y la excesiva positividad de nuestro mundo, del me gusta o del yes we can y, simultáneamente, dedicar tiempo, quizá itinerante, movedizo o fragmentado, a un tema cultural específico que adentra en nosotros desde los oídos.

Sentimos los días difíciles para la cultura y libros, para la formación de lectores, para la sobrevivencia de las bibliotecas o de las librerías (independientes); quizás siempre los han sido. Son tiempos de insistir otra vez, pero de un modo mucho más experimental, abierto o creativo. El pulso de nuestro tiempo y los usos tecnológicos de la cultura nos marcan ese camino.