Alrededor de las 6 de la tarde del domingo 24 de enero, el presidente López Obrador envió primeramente en su canal de Telegram, dato curioso o no azaroso, la noticia de su contagio del nuevo virus. Horas más tarde, por la noche, el país entero y más allá de las fronteras nacionales comentaban, twitteaban, posteaban el viraje o punto de quiebre que traía la nueva situación.

Hubo quienes se solidarizaron con el presidente, aunque yo francamente no percibí un masivo sentimiento público comprensivo. Hubo otros que le desearon todo el mal. Incluso médicos y después los memes. Bilis espumosa que tradujo en momentáneo regocijo lo que el virus hizo por la oposición y sus aliados. En efecto, porque en víspera electoral donde se juegan un montón de gubernaturas y el congreso federal, el objetivo infructuoso había sido neutralizar la narrativa personal del presidente que, cosa odiosa, puede durar más de dos horas diarias. Desde que las inauguraron, en cambio, yo las celebro las mañaneras. Es el perfomance característico de la 4T, es también la conversación de fondo cuando me subo a la bicicleta fija.

No había sido López Obrador un presidente que minimizara la gravedad del virus, como lo hicieron Trump o Bolsonaro en grado extremo, presidentes que muy a menudo los críticos barajean para compararlo o denostarlo, pero sí había sido un jefe de Estado que no usaba el cubrebocas en las reuniones en Palacio Nacional o frente a las cámaras, aunque sí lo veíamos con la protección en el rostro en los aviones. Además, en su momento, muy al inicio de la pandemia, hizo planteamientos facilones con lo de la sana distancia y las estampitas religiosas protectoras. Nada favorables para la realidad social de nuestro país que, a la manera de un callejón sin salida en las comunidades rurales y en las urbes, sobre todo, plantea el problema entre el contagio latente o lidiar con el hambre. Y sus giras permanentes de trabajo en los estados, ritmo inquebrantable que lo caracteriza, ética laboral indeclinable que admiramos muchos, lo ponían siempre en alto riesgo. Y su contagio tardío, porque fue realmente tardío, había dado lugar a cualquier especulación de moros y cristianos no sólo sobre el supuesto acceso privilegiado a alguna vacuna rusa o extraterrestre por parte del presidente, especulaciones en su máximo por allá de octubre o noviembre, sino de la mismísima letalidad del virus. Si el presidente no porta la mascarilla, si el presidente viaja todo el tiempo, etcétera, qué no van a hacer los mexicanos de a pie. Blanco fácil de ataques esquizofrénicos, locuaces, desaforados. Un arsenal de vituperios, el pan nuestro de las redes sociales, que dista mucho de apaciguarse.

Se hizo realidad a medias el escenario de una 4T sin López Obrador. El sueño de la reacción vuelto realidad; la pesadilla, en contrapunto, para muchos otros mexicanos. Debemos recordar que este escenario ya había salido a flote cuando el presidente desmanteló el Estado Mayor Presidencial y se especuló a propósito de la seguridad del mandatario en un país muy violento, con largo historial de asesinatos políticos, o cuando en triste célebre tweet, en mayo de 2018, Ricardo Alemán, del periódico El Universal, sugirió a los amlovers matarlo a AMLO cuando era entonces candidato presidencial. ¡Así la bilis cancerosa de los críticos!

La titular de Gobernación, ex profesora de sociología en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional, Sánchez Cordero —o Sánchez florero, mala onda como la apodan—, se ha hecho cargo de las mañaneras a la manera de una bateadora emergente, como se dice en el argot del béisbol. Su conducción de los primeros encuentros de las conferencias de prensa fue protocolaria, fast track, sin posibilidad real del control de medios. Tanto lo fue que el enviado de Tv Azteca, Irving chillón Pineda, como se le conoce en la cancha de los reporteros, hizo su espectáculo y nadie le pudo poner un alto. Sánchez Cordero se condujo ligeramente nerviosa, dejó hacer y dejó pasar, careció de un buen guion. Después, como en todo, ha corregido sobre la marcha, mejorado incluso, mega urgente para la agenda de su secretaría, pero nadie hasta ahora puede ocupar el lugar que ocupa López Obrador.

¿Lo hubiera hecho mejor el canciller? ¿O el secretario de Hacienda?, quien tiene un manejo propositivo de su cuenta de Twitter. El titular de Hacienda, dicho sea de paso, además de un manejo sólido de las finanzas públicas, se permite hacer sugerencias hasta de jazz. ¿O lo hubiera hecho mejor el vocero presidencial?, Jesús Ramírez Cuevas, quien recién se recuperó del nuevo virus. Algunos periodistas se preguntan cómo será López Obrador después de haber vivido la experiencia con el virus letal. ¿Más fuerte? ¿Más débil? No son pocas las preguntas que se amontan en la densidad de la bruma.

El eclipse momentáneo de López Obrador ha sido una advertencia significativa para la 4T en general. Tampoco son buenas noticias, lo más preocupante, para los pivotes de la sociedad mexicana porque se depende en grado sumo de él. Los pivotes de nuestra sociedad política siguen siendo pobres o escasos, no logran transformarse en corrientes críticas ligadas a movimientos de organización popular, o variantes, porque MORENA, desde hace mucho tiempo, es un objeto que sigue perdido en la oscuridad del espacio. Para mal y más mal.