Los últimos días nacionales han estado marcados por las manos invisibles de las filtraciones espasmódicas. Me cuestiono si no estamos ahora en medio de un tiroteo de revelaciones, avalancha de acusaciones e imágenes aparentemente contundentes hasta que el derecho penal se abra paso y ponga el punto sobre las íes. Ruido, múltiples versiones, incertidumbre, mensajes en código, son los contornos de las filtraciones últimas. Previo a elecciones locales en Hidalgo y Coahuila, ¿es un tiempo acelerado el de 2020, de estrategias tácticas para irrumpir en pantalla, lanzar denuncias y socavar las reservas de credibilidad en ciertos jugadores políticos?

Cuando el ex prófugo Emilio Lozoya desembarcó preso a México, poco después de revelarse que buscaba Lozoya la figura de testimonio protegido, se alentó desde la presidencia hacer públicos los detalles del caso. Un testimonio medular para nuestra contemporaneidad política debía ser el centro de interés de los días nacionales. Así, no tardó en filtrarse una versión de la denuncia formal, explícita, del testigo Lozoya.

¿Quién filtró aquí? La Fiscalía General de la República ha negado el gesto; la Fiscalía misma socavaría el sigilo jurídico de sus procedimientos. La periodista Anabel Hernández ha sostenido que la Fiscalía está infiltrada todavía por el calderonismo y Gertz Manero no ha podido o no ha querido depurarla. El significado de esta acción táctica no está clara. ¿Quién tiene el poder de las filtraciones? ¿Quién busca a quién?

La versión filtrada de Lozoya fue una denuncia alrededor de 60 páginas. Rápido de leer, morbo atractivo, un guion que muchos de nosotros ya intuíamos durante años, salvo precisamente los montos, las fechas, ciertas anécdotas curiosas. Compuesto de realismo sucio y dosis de terror, la versión filtrada de Lozoya es el punto de vista de un delincuente confeso que busca salvarse. Datos precisos (días, fechas, montos, órdenes), como platillo fuerte, Lozoya ha apuntado con el dedo culpable a los expresidentes Salinas de Gortari, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto; la fuente de poder, en diferentes momentos, según los casos, por donde salieron los comandos ejecutivos: corrómpase aquí, malbarátese la patria allá, deposítese el dinero sucio en el paraíso fiscal de acullá. Bajo una fiscalía hipotéticamente robusta y a la altura de las circunstancias, no habrá mayor trascendencia en el devenir de la cosa pública en México que todas las consecuencias posibles de los casos de Emilio Lozoya.

Cuando Emilio Lozoya desembarcó preso en México, se propaló la declaración extraoficial que ofrecería vídeos. ¿No les llama la atención que hemos trasladado con mucha facilidad el sentido de la verdad penal, del cargo y de la culpa, a la prueba visual en pantalla? El vídeo de Lozoya, aseguran, contiene 16 horas de grabación, y hemos visto apenas un fragmento. Susan Sontag teorizaba hace tiempo que el modo moderno de mirar era ver fragmentos. Unos minutos donde se queman dos operadores de Acción Nacional en el legislativo cuando se tejía el llamado “Pacto por México” (o pacto contra México), en el despegue de la presidencia de Peña Nieto y sus grandilocuentes reformas estructurales, pero dicho vídeo demerita o alcanza a los ahora gobernadores panistas de Tamaulipas y de Querétaro, y a algunos actores que habían sido testarudos protagonistas, rostros y promesas del “nuevo panismo”: Ricardo Anaya, Javier Lozano.

Pero el vídeo, visto de cerca, mina de facto a todo el Partido Acción Nacional si agregamos el juicio que avanza, aunque lento, contra Genaro García Luna en un tribunal de justica de Nueva York. Con el PAN entre las cuerdas, se despejan algunas dudas, se refuerzan algunas hipótesis de que la política mexicana, pese a la sobrevalorada transición democrática que comandaron justamente el PAN y el Partido de Revolución Democrática, sigue siendo un ejercicio puro de mafia y corrupción, también extorsión. Un vampiro inmortal, la política mexicana, que no extrae sangre o vida al común de todos los mexicanos, pero sí sus esperanzas y dinero.

Honestamente, no es difícil prever escenarios donde electoralmente el PRI y el PAN, vetustos partidos tradicionales, estructuras de un siglo que en muchos sentidos ya no existe, serán partidos minoritarios en busca de la mejor alianza coyuntural para no perder su registro. A menos que ocurra algo extraordinario como una Fiscalía inoperante, un Instituto Nacional Electoral bonito como florero, pruebas contaminadas, jueces a modo, etcétera.

Pero los moribundos anhelan el regreso a la vida. Los muertos vivientes insisten en suspender el punto final. Jugarán híper sucio, puedo jurarlo, no les costará trabajo alguno, y querrán enmarañar todo lo proclive a lograrlo. En efecto, ya por necesidad de la transición, ya por inevitabilidad, si el elenco de la 4T se ha sentido obligado a llevar a cabo pactos extraños con las fuerzas del antiguo régimen, no tardarán en ventilarse —como ya ocurrió de hecho con Pío López Obrador y David León, operador antiguo del Partido Verde— y la 4T se enfrentará, me parece, a dos escenarios posibles.

(1) Se esfumará la principal bandera política con la que la 4T irrumpió y tomó el poder político en México: la lucha contra la corrupción. Y terminará siendo, súbitamente, una estructura política parasitaria, como lo han sido el resto de los partidos, sin importar lo que logre el crédito moral, carismático, político, mediático de López Obrador, bien estimado aún entre la población.

(2) O, por el contrario, más deseable que probable, será la propia 4T quien neutralice, o denuncie, o investigue el priísmo o el panismo o el “verdismo”, o todo eso junto, que logró colarse y opera al interior de la 4T. Ruego por el segundo.