Al encender motores la 4T en diciembre de 2018, Gibrán Ramírez Reyes se estabilizó en la conversación mediática y en la que ha tenido lugar en la zona ocupada por la izquierda, el intercambio al interior del lopezobradorismo, dentro de los simpatizantes, todos, del nuevo gobierno que entraba en funciones. Desde aquella época, esta personalidad, un joven académico militante, me ha llevado de vez en vez a cuestionarme la figura del intelectual mexicano de nuestros días. Un impulso, al menos para mí, que tomó redoblada fuerza cuando supimos que Gibrán —como comúnmente se le refiere— se postuló como candidato, contendió a la presidencia de MORENA y perdió en la primera ronda según las reglas del método improvisado de selección que impuso la autoridad electoral para destrabarle a MORENA el obstinado nudo de la renovación de sus principales cargos.

El intelectual es una figura multicolor de cierto interés; globalistas o nacionalistas, mediáticos o discretos, de derechas o de izquierdas. Hay teorías al respecto, definiciones, imágenes según los gustos o las inclinaciones, que no podemos traer a cuenta aquí. En primer instancia, sin embargo, me atrae la imagen del intelectual como un tipo que se mete donde no lo llaman. Sabemos básicamente que la pasión del intelectual son las ideas. Vive y se desvive por ellas, aunque sólo en casos excepcionales se vive bien de las ideas, como los de Krauze, Aguilar Camín y sus amigos en la larga pesadilla del neoliberalismo en México. Sabemos que suelen ser masculinos, mugroso sesgo patriarcal, y que forman parte, de algún modo o de otro, de la fauna política. Molestan, incomodan, forman parte casi siempre de los vínculos con las clases favorecidas. Ya por méritos propios, ya por herencias, el intelectual accede a los bienes culturales, capitalizándose simbólicamente por medio de ellos, y desde una zona de privilegio como la universidad, los medios impresos o digitales, la televisión o los canales de YouTube ahora, disparan, publican, alzan la voz, encienden los ánimos. Como pueden darse cuenta, hay sobradas razones para odiarlos; el fenómeno del anti-intelectualismo, extendido en las clases populares, en las culturas pragmáticas, en las zonas donde reina la técnica.

Exportado por un sector joven de MORENA, con un doctorado terminado recientemente por la Universidad Nacional, la carta fuerte de esta figura ha sido la del comentarista regular en los foros nocturnos de Televisa; en efecto, aunque se obstine en negarlo categóricamente, Gibrán Ramírez ha sido hasta ahora un chico televiso, y esta marca jugó a favor y jugó también en contra en sus aspiraciones políticas. Gibrán, además, ha sido columnista en por lo menos dos medios impreso-digitales de cierta relevancia. Milenio, el más importante. Y logró conseguir un cargo público en un organismo internacional dedicado, según, a la investigación de las políticas públicas.

Al pisar regularmente aquella antesala del infierno que representa Televisa, Gibrán lo ha creído necesario no sólo para desmarcarse de la concepción neerdenthal de la izquierda del siglo XX de rechazar la televisión porque abonaría al contenido facilón, pequeñoburgués, y de entretenimiento excesivo, sino que al exponerse con frecuencia en pantalla, lograría visibilidad, ciertamente, y algo más. En efecto, aquellas disputas en televisión contra los neoliberales de opinión, la plantilla fuerte de la televisora y segundones invitados, lo llevaría tarde o temprano a una aspiración superior. Es cierto que nadie puede malbaratarle a Gibrán esta zona de combate. Más de uno, imagino, debió de haber disfrutado aquellos encontronazos subidos de tono, a un pasito de convertirse en luchas de lodo, contra la infumable Denise Dresser y los descafeinados Salomón Chertorivski o Carlos Bravo Regidor.

Junto con otras figuras emergentes como Hernán Gómez —un tipo venido a menos por aquel programa fugaz de televisión, La maroma estelar—, Gibrán Ramírez aspiró humildemente a la presidencia de MORENA porque había detrás una trayectoria, aunque corta. Al exponerse con éxito frente a los reflectores, se dejó llevar por una ilusión: actuó como si la visibilidad segmentada, alcanzada en pantalla, se convirtiese automáticamente en capital político o en representatividad. ¿Error de advenedizo? Quizá.

Para Televisa y los periódicos aludidos, la incorporación de tipos como Gibrán Ramírez dentro de su cartera de analistas de opinión responde menos a una táctica de mínima apertura a las voces que traducirían (en teoría) para sus audiencias el pulso más cercano de la 4T. Lejos de tratarse de un gesto democrático, no nos engañemos. Esta incorporación busca someterlos al ataque, de evidenciar las contradicciones que toda interpretación simpatizante de un proyecto político contiene. Estos espacios mediáticos y de prensa escrita, sin embargo, siguen siendo zonas habituales de combate del intelectual; no caducan por ahora y la gente interesada en el espacio público, para bien o para mal, se forma un juicio mínimo al considerar como legítima opción a la televisión.

Con los recientes resultados definitivos de la elección interna, MORENA ha cerrado por fin uno de sus capítulos más opacos y decepcionantes de su corta historia. Este capítulo nos indica también que la acción en televisión no es suficiente para marcar el rumbo político; las intervenciones en pantalla sirven en todo caso para alimentar el show, y nada más.