SE HA INSISTIDO POCO EN EL NEOLIBERALISMO COMO UN PROGRAMA INTELECTUAL. En el amplio espectro de la izquierda suele relacionárselo con una teoría económica de particular sesgo o como telón de fondo de políticas de gobierno. Un decálogo seminal de medidas restrictivas y hostiles a la población en general. Ambos énfasis son correctos pero incompletos. El neoliberalismo, antes bien, es un programa intelectual, el más exitoso de la segunda mitad del siglo XX hasta nuestros días [1973-2019].


Ha sido exitoso porque es global. Y se ha expandido con fuerza a todos los puntos cardinales porque pretendió resolver problemas de todo tipo con base en los mercados autorregulados y en una antropología rudimentaria: las personas son individuos racionales y egoístas que buscan el máximo beneficio. Y fue exitoso, además, porque mutó en ideología en el sentido fuerte de la expresión. Ideología no sólo es una distorsión de la realidad. Ideología es la manera inmediata en que se percibe la realidad. Se naturaliza, de este modo, una forma de pensar el mundo a partir de la noción del mercado. Toda actividad humana es un mercado (Gary Becker): la familia, el congreso, el partido, la universidad, el gobierno, la iglesia, los medios. Nuestra época tiene un sentido común neoliberal. Quizá el mayor triunfo del neoliberalismo. ¿Cuál es este sentido? De manera general lo público está erosionado y la política no goza de ningún crédito. En contraparte, los actores privados adquieren mayor confianza y se exalta el individuo. Los sujetos colectivos, de todo tipo, son los chicos feos de la película. Hay una tolerancia a una élite carente de empatía. Se extiende una idea punitiva del derecho. La ley es la ley y nada más; si es justa o no, no interesa. Y una suerte de aprobación de la creciente desigualdad.

Muy a menudo es difícil fechar el nacimiento de un programa intelectual. El marxismo, por ejemplo, no nació con la publicación del Manifiesto comunista [1848] ni con la fundación de la Primera Internacional [1864]. El liberalismo tampoco puede datarse con la Declaración universal de los derechos del hombre y del ciudadano [1789]. Un programa intelectual es mucho más difuso y reacio a los actos inaugurales. A propósito de la traducción de The Good Society de Walter Lippmann [1937] al francés, celebrado en junio de 1938 en París, el Coloquio Lippmann es el acta de nacimiento del neoliberalismo. Acudieron al coloquio abogados, filósofos, sociólogos, ingenieros, economistas, agentes de negocios de nacionalidad francesa y austríaca, inglesa y estadounidense. ¿El propósito? El rescate y redefinición del liberalismo que sufría su mínimo histórico en el período de entreguerras.

Es cierto que varias de las luminarias más célebres del Coloquio ya actuaban con anterioridad. Dispersos, encabezaban seminarios al margen, escribían con regularidad en periódicos, combatían la influencia, sobre todo, de la revolución rusa o el fascismo en el campo intelectual. El gobierno socialista en Viena [1918-1933], conocido como la Viena Roja, marcó decisivamente el horizonte intelectual de Frederich von Hayek. La espina dorsal del programa neoliberal. Mientras que a Karl Polanyi la Viena Roja le ayudó enormemente en su ideario de convicciones socialistas en tanto aquel gobierno eliminó la construcción privada de altas rentas y facilitó el acceso a departamentos de baja renta, modernos y espaciosos, luminosos y con parques, escuelas infantiles y otras instalaciones comunitarias (Kari Polanyi, “Hayek, de Viena a Chicago. Arquitecto del credo neoliberal”, De la gran transformación a la gran financiarización), a von Hayek le sirvió para dar por terminada la convicción muy suya, inamovible, de atacar sistemáticamente cualquier idea de una economía planificada.

El estallido de la Segunda Guerra Mundial impidió la celebración del siguiente coloquio, fechado para 1939. No se reunirán de nuevo sino casi diez años después, cuando fue fundada la Sociedad Mont Pélerin en 1947. Sin embargo, el Coloquio Lippmann fijó ya los ejes rectores del programa neoliberal.
Primero. La necesidad de un estado fuerte. Un estado fuerte que sostenga al mercado porque las sociedades se defienden. Fue en 1944 cuando apareció por primera vez La gran transformación del historiador Karl Polanyi en Inglaterra. Considerado por muchos estudiosos como el mejor libro del siglo XX. En efecto, la tesis fuerte de aquel libro famoso es que la sociedad europea del siglo XIX se defendió como mejor pudo frente a los mercados autorregulados cuyo fin definitivo lo marcó el estallido de la Gran Guerra. Visto así, el antecede de la época caracterizada por el neoliberalismo contemporáneo [1973-2019], fue la época neoliberal avant la lettre [1834-1914].

Hasta la europea de finales del siglo XVIII y principios del XIX, sostiene Polanyi, ninguna civilización había desincrustado la economía de la sociedad. Ninguna había sido tan insolente para colocar los rendimientos económicos en el podio y por encima de todo. Frente a luz verde que supuso la mercantilización de toda la vida, de la tierra y del trabajo en particular, ejemplificada por la Ley de Pobres en Inglaterra [1834], la sociedad inglesa y la europea en general, frenó como mejor pudo la erosión de la vida social que implicaban los mercados autorregulados. Leyes, reglamentos, prohibiciones, asociaciones, gremios, sanciones, multas, derechos. Todo aquello útil proveniente de la lucha sindical, social y política que limitó la utopía liberal.

Un estado fuerte, en suma, concluyeron los del Coloquio Lippmann, inmune a las asambleas democráticas. En este sentido los neoliberales rechazaron la idea de la política como un ejercicio constante, férreo, en riesgo, con dosis de arbitrariedad. Lo reducen al estado en su dimensión de “estado de derecho”, no como un poder político. Un “estado de derecho” que esté más allá de la política. Una suerte de derecho natural, inalcanzable de la política democrática.

Segundo. Prioridad de las libertades económicas frente a las libertades políticas. La máxima libertad para los neoliberales es el libre funcionamiento del mecanismo de los precios. Quedó al margen todo lo discutido por los liberales clásicos en materia política. La democracia, los derechos laborales, los derechos de asociación, los derechos políticos, los derechos humanos. Porque si se admiten los derechos políticos o los derechos sociales, tarde o temprano, concluyen, se demanda un estado de bienestar. Para ellos, el problema de fondo de la democracia es que los pobres votan y los pobres son irracionales. Votaron por Hitler o Musolini. Pero se los olvida a los neoliberales que no sólo los votaron los pobres. La Alemania culta y civilizada que desató el infierno. El problema grueso que les significa la democracia es que la gente desea más y más y los políticos están tentados a ofrecerlo todo y no es posible ofrecerlo todo. ¿Podríamos ser tan arriesgados y señalar que en este punto en específico no les falta razón? No sé. Dudo. Es peligroso acercarse a las posturas neoliberales.

Tercero. Un extenso programa de privatización. La tesis, quizá, más conocida. La supuesta superioridad de los mecanismos de la técnica, de la eficiencia y el mercado frente a las designaciones por derechos en lo público. Según ellos, estos mecanismos son superiores y son lo más compatible con la libertad. Si existen dos modos básicos de la asignación de los recursos, bienes y servicios, el modo privado y el modo público, con el neoliberalismo si impulsó ideológicamente que el modo privado era el modo natural de distribución; un modo mucho más eficiente en comparación del público, caracterizado por su lentitud, opacidad e ineficiencia. Lo que callaron los neoliberales es que el modo privado de asignación no sólo es por medio de la compra y venta, sino por medio del parentesco. Y cuando abunda el parentesco y la compra venta en la vida pública, impera la corrupción.


Instaladas las reuniones permanentes de la Sociedad de Mont Pélerin, celebradas cada dos años ininterrumpidamente desde 1947, uno de los acuerdos siguientes fue que el programa neoliberal debía impactar el sistema universitario. Instalarse en una alguna universidad prestigiosa para irradiar después en el sistema universitario global. Ese pilar fue la Universidad de Chicago. Usufructuar el prestigio de la ciencia en la actividad política. Y el programa, además, se expandió cuando fue dirigido a los individuos dispuestos a hacer una labor de segunda mano como propagadores de las ideas. Locutores de radio, periodistas, asesores, publicistas. Tipos mediáticos que cuentan con recetas para hablar de todo. Nosotros contamos con Leo Zuckermann. Un espécimen de este género que se siente con la autoridad de hablar de todo: drogas, corrupción, estancias infantiles, ejército, banca, libros. Estos propagadores refuerzan el sentido común de la época. Es la construcción de la hegemonía.

Un decreto no basta para sacar de la escena al programa neoliberal. Es un gesto simbólico que no oculta sus buenas intenciones. Hay voluntad, desde luego, pero no ocurrirá de este modo. ¿Será posible ponerlo en fuera de lugar al aplicarle el mismo antídoto que ellos, los neoliberales, usaron para desacreditar a sus enemigos ideológicos? Reuniones sistemáticas, coloquios permanentes, discusiones inamovibles, publicación de libros y propagación de las ideas. En suma, una agenda posneoliberal. ¿Qué estamos haciendo?