Portada del libro

Uno de los resortes germinales de este libro fue el hartazgo de un modus operandi extendido y legitimado de producir ciencias sociales aquí en México y más allá.

No sé si lo conseguimos en colectivo, porque Pasaporte Sellado. Cruzando las fronteras entre ciencias sociales y literatura es una publicación coordinada entre varios autores, pero sí hubo deseos de ruptura, al menos de evidenciar una tensión.

Ya conocemos el cuento aquel a propósito del origen de la sociología. Muy al tono de lo que teorizó Max Weber de hacer notar la dominación racional frente a la carismática o la tradicional, la sociología y el resto de las ciencias sociales exigieron autoridad y no iban a lograrlo vía el recurso de los imperativos categóricos, las conveniencias morales o los usos privados de la razón.

La sociología iba a efectuarlo, por el contrario, a través de alta teoría y potentes técnicas de análisis. Dos rostros simultáneos de la racionalidad contemporánea.

Este deseo y este interés, juntos o en tándem, hicieron que la sociología asumiera muy a menudo un rostro objetivante y frío, sistemático y distanciado, abstracto y críptico. Impulsada por su pasión por lo Real, sin poder clausurar sus usos políticos, se abrió paso una sociología de espíritu geométrico.

Frente al usufructo humanístico, la sociología quedó apática o sucumbió al desdén. La invadió la cifra en detrimento del uso complejo del lenguaje. Prefirió la modelización matemática en menoscabo de la narración. Abrazó el diagnóstico y relegó los planos conjeturales. Adoptó el interés técnico y mantuvo en suspenso la especulación filosófica. Profundizó el estudio de la estadística y rechazó su reflexión escritural. Anheló sentencias universales en agravio del escrutinio de las huellas y los detalles. Antepuso el sosegado uso computacional, muy de nuestra época, frente a la salvaje posibilidad detectivesca.

Y en este escenario, el lector, en efecto, ha sido el gran ausente de la sociología. ¿Para quién escribe? ¿Para qué público escribimos?

Sean cuales sean sus avances y sus métodos, sus teorías y sus descubrimientos, sus apologías y sus rechazos, la cuota de desciframiento ha sido alta. Dado que ha preferido catapultarse como un portavoz de veracidad, la sociología ha sucumbido a las presiones de la propia profesión, la crítica de los pares y ha estado obligada a la producción de textos que relegan en general su reflexión escritural.

Textos que exorcizan, destierran y niegan todo contenido que se afilie a la literalidad. En virtud de su método, escribe el historiador francés Ivan Jablonka, las ciencias sociales devinieron modernas. No lo fueron por su escritura (Jablonka, La historia es una literatura contemporánea: 285).

En una palabra, es necesaria la dolorosa adquisición de unas gafas de especialista para desenmarañar sus significados. En su poderoso Manifiesto para las ciencias sociales, Ivan Jablonka observa que la tendencia de especialización, en detrimento de la divulgación, afectó por entero el amplio espectro de las ciencias sociales, la historia incluida.

Agravó la tendencia, además, la sentida filiación de la literatura con lo femenino. A las ciencias sociales, por su parte, las atravesaron por entero los valores masculinos. “Los cientificistas —escribe Jablonka—, exclusivamente masculinos, rompieron con la literatura al modo en que un asceta se prohíbe mirar a las mujeres” (Jablonka, La historia es una literatura contemporánea: 317).

La precaria atención al lector, además, supone un rechazo implícito a la reflexión sobre lo que es la escritura y sus alcances para llegar a un público más amplio. Tal cual suele escribirse, no debe perderse de vista que muy a menudo la sociología sufre la crítica de los roedores porque sus resultados depararon en un estante de biblioteca universitaria. No dudo de su importancia o de sus dificultades. La lucha constante contra el error. Después de todo, la sociología se reivindica una ciencia. Sin embargo, le observo también sus carencias e imposibilidades.

¿Qué pasaría si a la sociología se la midiera en función de su entretenimiento?

Si el objetivo no es sólo los pares, una respuesta plausible, para muchos suficiente o ineludible, hay un rechazo explícito a una comunicación amplia. La academia ha impuesto fronteras muy claras: el lenguaje críptico y la autosuficiencia, la llamada objetividad y el dictado de las pruebas contrastables. Muchos de sus recursos de financiamiento —quizá para bien— no responden a la venta de los libros. Bajo esta suerte de domo a la Stephen King: un pequeño mundo relativamente separado del mundo, ¿quién tendría o para qué habría que ocuparse de los lectores? Quizá para la física o la biología pasen desapercibidos los lectores. Éstos, en cambio, son una cuestión pendiente y espinosa para la sociología. Sus postulados o sus aseveraciones se fundamentan en las personas de carne y hueso.

La atención a los lectores y la reflexión sobre el usufructo de la literatura por parte de la sociología no responde, me parece, a un capricho individual de lo que esto escribe. Quizás Los hijos de Sánchez de Oscar Lewis, texto antropológico bien conocido entre nosotros, pase como la referencia por excelencia.

En descargo de lo anterior, muy suyo de la etnografía ha sido el guiño literario. Los diarios de campo, la observación participante y los relatos de vida son espacios de intensa reflexión escrita. No el recurso a la ficción, entendida como fábula o mera invención, sino el despliegue de la escritura creativa.

El usufructo de la literatura en sociología se configura también como una reivindicación de la metáfora. El uso complejo del tiempo como lo sería la técnica del contrapunto o el uso del futuro anterior. El recurso de la conjetura por medio de los subjuntivos, (cito a Steiner) “que son los prodigiosos vehículos de unas posibilidades alternas de vida, que son las funciones de la esperanza” (Steiner, La poesía del pensamiento, capítulo 8). La pregunta por la voz narrativa no es cualquier interrogante. La poética del lenguaje y la ensayística. De ésta proviene la postulación de un yo escritural y la propuesta de un estilo. Que se lean las investigaciones como si fuesen novela.

Escritor de policiales e historiador simultáneo, Paco Ignacio Taibo II ha ofrecido una sentencia poderosa con respecto a sus pesquisas narrativas. La consideración al lector, sostiene, es un texto de manufactura compleja pero de fácil lectura. ¿Cómo se produce esto? Ni él mismo lo sabe, aunque lo hace. Como cuando advertía San Agustín sobre el tiempo. Si no me lo pregunto sé lo que es; cuando me lo pregunto no lo sé.

¿Ciencias sociales que procuren placer? No es en absoluto una prescripción, es una posibilidad. Una tal que sabe que una batalla decisiva es con un lector. Frente a él, que le haga valer el uso complejo de la escritura y le despierten las emociones, no sólo un anzuelo al intelecto. Desde luego, una sociología no se resuelve en atención sólo a los problemas escriturales. Lo notable, sin embargo, no deja de ser problemático.

Que yo sepa, este puente entre los géneros no ha seguido estrategia clara ni posee una sola expresión. Pertenece al orden de los esfuerzos individuales, la sensibilidad o la técnica de escritura. Hay algo también de rebeldía, de hartazgo, de travesura en el gremio. Supone que el analista que escribe se conciba de algún modo como escritor profesional.

Sin embargo, los ensayos al respecto, por mínimos, poseen el cariz de la herejía. Pasa como chiste que hasta el gobierno mexicano demandara judicialmente a Oscar Lewis.

Así como el flujo internacional de personas traspasa y desdibuja las fronteras o las identidades que salvaguardan esas fronteras, así como ya no es posible sostener sin más la existencia de sólo dos sexos, hay zonas que no pertenecen a nadie, en las que ninguna autoridad logra imponerse.

Una más de estas dimensiones se constata de igual modo entre los géneros literarios. Bastaría pensar en la “zona de guerra” que ha sido el género ensayo o el género biográfico, que ha dado pasos muy atrevidos hacia la autobiografía y, más aún, la auto-ficción. Bastaría leer Los diarios de Emilio Renzi para darse una idea de los planos de ficción y realidad que están entretejidos. Uno no sabe con certeza lo que Renzi se ha apropiado de Piglia o lo que Piglia se ha desdoblado en Emilio Renzi.

El comercio actual entre la sociología y la literatura se suma a los territorios de fronteras abiertas. Para Jablonka se trata de la manufactura de un texto-investigación. De patria literaria, el texto; del ejercicio de un razonamiento y de un método, la investigación. Un texto-investigación no rechaza la creatividad de una escritura pero es una tal que se somete libremente a un método riguroso.

Ha habido operaciones comunes a la literatura que tienen la misma importancia en sociología o en historia: el montaje. Buscar hechos y establecerlos, seleccionarlos y ordenarlos, jerarquizarlos y conectarlos en cadenas explicativas (Jablonka, La historia es una literatura contemporánea: 257). Un texto-investigación busca decir algo verdadero. No busca dar un efecto de lo real o un efecto de vivencia. Tampoco busca el bello estilo. El “arte de ficción”, por otra parte, abre la puerta de la literalidad a la escritura de un texto-investigación. El “arte de ficción” como una variante de un método riguroso de escritura. Jablonka escribe:

“Las ciencias sociales pueden tomar todo lo que quieran de la novela, la tragedia, la poesía, el mythos… Ningún procedimiento puede serles ajeno: puesta en intriga y ordenamiento de las acciones, pero también espera, efecto de suspenso, efecto de sorpresa, inversión, punto culminante, contrastes, diálogos, juego de los puntos de vista, listados, ironía, complicidad con el lector, desfamiliarización, monólogo interior, intertextualidad, trabajo de focalización, de encuadre, de escenografía. Se trata de desarrollar nuevas ficciones de método. Por ejemplo, contar una historia de manera regresiva, no a partir del punto más alejado del pasado, sino alejándose poco a poco del momento presente; seguir a un personaje con la cámara al hombro, respetando las posibilidades que se le abren, sus futuros todavía abiertos; inaugurar un relato con varios comienzos, pero sin darle fin (y viceversa); cotejar retazos de vida; hacer la historia de una incoherencia; asociar conversaciones literales, imágenes-citas, videodocumentos. El formato de los textos sería reducido, como un artículo periodístico o una novela breve, a fin de que sean más contundentes. En el caso de un relato más largo, el desglose sería el de una serie de televisión. El ritmo, el de un thriller. En otro lugar, el historiador utilizaría el futuro anterior, que integra a la vez el carácter consumado de los acontecimientos y nuestra mirada retrospectiva (.) O el futuro simple, pronunciado desde el pasado. O el presente, a la vez para el pasado y para hoy” (Jablonka, La historia es una literatura contemporánea: 285-289).

Esta múltiple construcción no es sino un dar orden creativo al desorden, un razonamiento hecho relato. Este ordenamiento del mundo o en busca de formas es propio de la literatura, íntimo también de la sociología. Sin embargo, hay una notable diferencia. La primera suele escamotear la causalidad. Todo aquello útil para redituar los efectos de sorpresa. La segunda, por el contrario, tiene el derecho de recurrir a la magia pero está obligada a la revelación de los trucos.

Relativizadas (por lo menos) las imposiciones del siglo diecinueve, la autoconciencia del sociólogo como un escritor profesional será un escenario, más que uno posible, uno deseable en nuestro tiempo o en el futuro más inmediato.

Si no se replantea a sí misma, una suerte de otra de sí, la sociología terminará en lo que Immanuel Wallerstein vaticinó para el mediano plazo: una secta de monjes que hacen culto a un dios olvidado.