El escritor italiano Alessandro Baricco intituló a uno de sus ensayos como Los bárbaros. Ensayo sobre la mutación. En muchos sentidos, algunos más, algunos menos, hemos estado jugando el papel de bárbaros que lidian y empujan una mutación frente a lo que realizábamos en los años precedentes.
Venimos batallando todos dentro de una gran mutación global, de raíces culturales como tecnológicas, aunque no es nada fácil precisar con exactitud qué ámbito se engendró primero, si el cambio de mentalidad o el cambio tecnológico-digital. Una mutación cuyos escenarios más inverosímiles o futurísticos que venían tejiéndose a cierto ritmo, el nuevo virus los arrojó aquí y ahora.
No me refiero a las últimas transformaciones que sin tregua el nuevo virus nos ha impuesto a todos. Son imposibles ahora actividades cotidianas que de manera automática llevábamos a cabo hasta hace poco y muchas ellas, en el fondo, eran francamente nocivas para la vida del planeta y para las nuestras de igual modo. Un ritmo inaguantable en el tiempo. Una trampa urdida por nosotros mismos que al desconocer límites a nuestra propia libertad, éramos esclavos de fuerzas desconocidas. Sobredimensionar el futuro sobre el presente; el dinero sobre la vida; lo privado sobre lo público; lo material sobre el espíritu; lo individual sobre lo colectivo, etcétera.
Redefinida con gran intensidad durante los últimos 10 años, hemos estado inmersos, todos, en una cultura que se despliega en pantallas y conversa con la Inteligencia Artificial. Sugiere el crítico cultural Jorge Carrión, que la estética visual de nuestro tiempo es la aplicación Zoom y el diseño cuadriculado de pequeñas ventanas abiertas en una interfaz. Si no podemos encontrarnos presencialmente, en efecto, sabemos que podemos conectarnos (al menos) vía Zoom (o variantes).
Una cultura, de igual modo, que ha potenciado asimismo la oralidad o la conversación digital. iPhones, Siri, Alexa, Google Assistant, Spotify, WhatsApp, Apple Podcast, son algunos dispositivos altamente tecnológicos que potenciaron los formatos de la voz digital y la sonoridad.
Porque la voz transmite mucho más que contenido, transmite emociones, una personalidad, unas variables de personalidad. La voz tiene capacidad de inmersión, es potencia, es narración, es intimidad. Es otro dispositivo de poder. La voz es un objeto político y estético, psicoanalítico y metafísico, comunicacional desde luego, propiedad humana potenciada por las tecnologías digitales. Pero dentro de esta mutación global, dentro de un ambiente altamente digitalizado, la voz, la voz incluso digital, nos recuerda que seguimos siendo humanos, contacto, lazos, comunidad. Una razón antropológica para la expansión global del audio en todo el ecosistema cultural del siglo XXI.
Esta frecuencia misma, El Compló Inter.Nacional, es un ejemplo más de un ecosistema cultural relativamente nuevo. El periodismo suele usar la expresión “audificación” para referirse sobre todo a la presencia y a la expansión del audio en la vida cotidiana de las personas, tanto la radio convencional o digital como el audio en formato podcast; un empuje gracias a la irrupción de interfaces inteligentes interactivas y dispositivos altamente tecnológicos.
Desde una consideración política, el audio en formato podcast es una estricta expresión democrática: está al alcance de los creadores, está al alcance de muchos escuchas. Un clóset y un micrófono portátil son en potencia una cabina de radio. El podcast garantiza el derecho a hablar y a ser escuchado. Parece obvio actualmente pero no lo fue en el pasado. Problemas técnicos y conceptuales dificultaban la circulación o el consumo individual de los audios. Y una de las fuerzas del formato reside en conectar con redes de individuos específicos, dispositivos, teléfonos particulares, teléfonos inteligentes en todo el mundo, nuestra “humanidad aumentada”, como lo sostiene Baricco en su último libro, The Game.
Una humanidad, finalmente, que el nuevo virus exige ser repensada. El nuevo virus nos ha obligado a la reflexión de la letalidad de nuestra especie. En el fondo el virus somos nosotros cuando conquistamos y destruimos los ecosistemas a nuestro alrededor. No se equivocaba el agente Smith de la película Matrix, seguro la recuerdan, cuando le aseguraba al cuasi cadáver de Morfeus que la especie humana era el virus letal. Somos virus cuando todo, o lo más importante, lo hemos supeditado al principio de mercantilizar la vida, el cuerpo, los lazos, la tierra, el alma. De grandes recompensas a los que lo consiguen, los pocos; de grandes castigos a los que quedan fuera: los muchos, los sin papeles, los raros, los sin voz, los sin nombre. Condenados rápido o lento, pero condenados a muerte.