Antiguo convento franciscano, el Museo Nacional de las Intervenciones está cerrado por ahora, pero el inmueble es un recordatorio vivo. Funcionó como cuartel en la defensa de la ciudad cuando el ejército estadounidense, bajo el mando del general Scott, entró a la capital y derrotó a las tropas mexicanas en 1847. General Anaya no sólo es el nombre de una estación de metro colindante con el museo. Es el nombre del jefe militar que entregó el cuartel porque, en la versión de los vencidos, se había quedado sin municiones. Aquella guerra conllevó la pérdida de la mitad del territorio. El saldo más difícil para México. Evidenció las contradicciones internas. Abolló el incipiente sentimiento nacional, redefiniéndolo en el futuro. Y comenzó definitivamente la colonización multidimensional de México hecha hasta ahora por Estados Unidos.
La guerra es una fase, no la última necesariamente, de la política. El Museo Nacional de las Intervenciones, y otros buenos libros, nos recuerdan que la relación con nuestro vecino del norte ha sido desigual. Invariablemente política, que muchas veces sube de tono, se ha vuelto bélica. Todo esto nos advierte también que el débil no puede andarse con bravuconadas. Gesto inverso en la relación de Estados Unidos con México. Algunos gestos de esta naturaleza han sido la edificación del muro. Las niñas y niños inmigrantes en jaulas. Las deportaciones masivas. La suspensión de ciudadanía estadounidense de mexicanos que pueden o merecen obtenerla. El odio a los inmigrantes, supuestos violadores y asesinos. Desde un punto de vista, las diferencias internas entre republicanos y demócratas suelen difuminarse cuando se trata de la compleja situación con la frontera sur. Tres mil kilómetros compartidos.
Este ABC de política exterior con el vecino del norte es actual pan corriente en Palacio Nacional. En realidad tiene otro nombre. Se llama Doctrina Estrada y dos principios son los rectores: la autodeterminación de los pueblos y la No Intervención en los asuntos externos. Precaución extrema, en resumen, ha estado detrás de la reserva de México frente al virtual triunfo del demócrata Biden. Quien sería, dicho sea de paso, el segundo presidente católico después de John F. Kennedy. Si la prudencia de México fue craso error, el tiempo lo dirá. En descargo de lo anterior, a la administración Trump, vociferante e imprevisible, le restan dos meses en funciones. Tenso período de tiempo que expirará hasta el último segundo del medio día del 20 de enero. Los analistas de geopolítica global no reculan en la observación que Trump tiene acceso directo al botón nuclear. Johan Galtung, sociólogo y matemático noruego quien predijo correctamente la desolución de la Unión Soviética, ha contabilizado cerca de 250 intervenciones desde que Jefferson las inició en Libia, en 1801, y con más de 20 millones de asesinatos en 37 países desde 1945. Quizá por eso Rusia, y hasta hace poco China, mantienen perfil bajo en la euforia mundial de la derrota electoral de Trump.
Ya hablamos del caso Cienfuegos. Una de las lecturas obligadas de su posterior liberación y regreso a México fue la deferencia de Trump en relación a la actitud del gobierno mexicano para con los resultados de la elección. ¿Qué hay detrás de esta liberación? No podemos saberlo con exactitud por ahora, pero es imposible descartar la sensación que México bajó muy bien ese balón.
México no puede guiarse por medio de euforias pasajeras o gestos bravucones. No depende ni electoral ni coyunturalmente de Estados Unidos. Su relación es estructural, como suelen postularlo los sociólogos. Es una jaula geopolítica de la que México no puede escaparse. 5 de 6 ingresos están directamente vinculados con el vecino del norte. Las remesas son tanques de oxígeno. Una decisión extravagante sería catastrófica.
Pero la influencia mexicana en las decisiones políticas de Estados Unidos ha aumentado considerablemente en los últimos años. Los mexicanos en California y Texas son mayoría poblacional, no es poca cosa, y ambos estados de la Unión son decisivos en términos económicos, así como en las contiendas electorales. California con 55 y Texas con 38 votos electorales. Pero en el escenario no existen todavía líderes mexicanos o mexicano-estadounidenses en Estados Unidos. Y ya sabemos que estos votos de estos dos estados en particular en el Colegio Electoral no bastan por sí mismos para el triunfo político, dados los enredos y los anacronismos de un sistema político electoral edificado en el siglo XIX.
En este contexto poselectoral, dramático y peligroso, no me resta más que desear un relevo sin exabruptos en la administración federal estadounidense; un deseo frágil, es cierto, con el trumpismo activo en las calles con o sin Trump. Y, desde luego, un entendimiento profundo en los intercambios entre nuestras sociedades. Un buen paso sería una sensibilidad política común transfronteriza.