AMENAZABA EL ACTO INAUGURAL DE COMPADRAZGO EN LA 4T cuando López Obrador lo frenó en seco. En su mañanera del viernes pasado, López Obrador intervenía sobre los planes de construcción del nuevo aeropuerto en Santa Lucía cuando desvió el discurso y atajó el cuestionamiento público. No fue la primera vez que oíamos hablar de Miguel Rincón. Director de empresa, miembro activo del consejo de empresarios que asesoran al presidente y, sobre todo, compadre de López Obrador, quien en marzo pasado, en efecto, apadrinó a la hija de Rincón Arredondo. En días pasados la empresa que dirige, actual fabricante de los cuadernos de la marca Scribe, ganó una licitación como proveedora de papel para los libros de textos gratuitos. Aquella empresa cultural, la de los libros de texto gratuito, que inauguró Martín Luis Guzmán cuando Jaime Torres Bodet era el titular de la Secretaría de Educación Pública. Aunque la empresa de Rincón Arredondo se sometió al procedimiento legal, se rumoró en seguida que había sido el primer acto documentado de influyentismo. La licitación sumaba la cantidad de 200 millones de pesos. Música para los oídos de aquellos que especulan de mala fe que la 4T no se ha distanciado del “capitalismo de cuates”. Ese modo de operar el gobierno para el parabién de los amigos y el éxito de las empresas de los familiares. Al día siguiente del boom de la noticia, López Obrador anunció que buscaría el instrumento legal para cancelar la oferta. Se las dejó en el guante a los detractores, como se dice en la jerga del béisbol, empecinados en el tropezón del mandatario y prestos para el enjuiciamiento vil. “Oposición pedorra”, como dicen los científicos. Miento, como la bautizó no hace mucho el colérico Fernández Noroña, diputado del Partido del Trabajo.

Aunado a la medida, López Obrador ahondó en las conveniencias de la rescisión del contrato. Desde luego, bastaba una sola: cortar la raíz de cualquier asomo de manejos turbios. No deseaba, añadió, dar ningún motivo a los conservadores y a la prensa fifí. En el repertorio de los argumentos, paso a paso según su estilo personal de argumentar, López Obrador hiló la frase “ser y padecer”. ¿Provenía de algún pasaje filosófico? Buscaba algo más que dar por liquidado el asunto. Buscaba embellecer el principio bajo el cual él y el gobierno que encabeza están comandados a realizar un cambio real. Congruencia y hechos. Honestidad y confianza, cero corrupción y cuentas claras. Un mandato popular hecho gobierno.

López Obrador es un político que despliega frente a nosotros paseos cortos o paseos largos de historia. Es el presidente que le gusta el recuento histórico. Suele leer nuestra actualidad con los prismas del pasado. Ya juarista, ya maderista, ya cardenista. Su estilo de hablar es uno pausado, cauto, escarba la palabra precisa. Evita equívocos. Muchas veces lo logra. Desespera al superfluo y a los obsesionados con la rapidez. No es un presidente usual. Y no me refiero al carisma y al amplio cariño que le entrega la gente. Los políticos comunes no suelen discurrir largamente con inteligencia, no cambian los tonos de sus intervenciones, se pierden fácil, dan tumbos, en la improvisación. Con pena en el pasado inmediato hemos visto o escuchado a quienes no pueden hablar sin artilugios tecnológicos en el oído.

Me interesa detenerme en los momentos en que se acerca al lenguaje figurativo o, si me lo permiten, el lenguaje poético que lo visita a él. No es una excepcionalidad. Es una constante. Quizá porque Tabasco es tierra fértil de poetas. Carlos Pellicer, José Gorostiza y José Carlos Becerra. Tengo la hipótesis, aunque es rudimentaria, que antes que un lector asiduo de historia de México, López Obrador es un lector oculto de poesía. Miembro del grupo literario de los contemporáneos, poeta del trópico, Pellicer fue su mentor. No sólo político. Ya el reaccionario de Guillermo Sheridan sancionó que su pericia lingüística la usa para su defensa y contrataque. Me parece legítimo. Quizá Beatriz Gutiérrez Müller, su esposa, profesora de literatura, le insista en la lectura en verso y el interés por la sonoridad de las palabras.

Octavio Paz creía que la poesía era el arte de conectar las piezas dispersas del universo. Investigación de símbolos y despliegue de imágenes o de sustituciones. Guardadas las justas proporciones, López Obrador participa de los recursos figurativos en sus intervenciones públicas. Ha equiparado las trabas en el gobierno a un “elefante reumático, mañoso”, que es necesario empujar para que el animalote se mueva y para que las cosas, como deseamos todos, se transformen. Ha dicho que si los programas de apoyos y de becas que ha iniciado como presidente de México le vale el mote de populista, entonces “que lo apunten en la lista”. La rima básica. El jugueteo verbal. Usó durante una temporada la idea del corte del “copete” de los privilegios y el despilfarro. El principio de la 4T de que no puede haber gobierno rico y pueblo pobre. En casos de corrupción, dice, no va a “sudar calenturas ajenas”. Buena frase para salir airoso de las pugnas domésticas. La emblemática consigna del “me canso, ganso”. Logotipo hasta de las playeras. Una reafirmación porque del dicho al hecho, la 4T se lo toma en serio. Y la consiga mayor. Cruda, estrambótica, sonante. “El pueblo se cansa de tanta pinche tranza”. En efecto, López Obrador, en efecto.