Se admiraba en el espejo amplio y vertical. Las pisadas en la corredora eran un sólo movimiento. Tac, tac, tac. Manchas de sudor se esparcían debajo del cuello. Una forma comenzó a recrearse en el pecho. Rápida, pujante, extendida. El famoso símbolo de un murciélago, pensó. Rebasó de pronto los cinco kilómetros y logró la “subida” del corredor: los pabellones de la mente explotan, se disparan; bifurcación. Algo súbito, feliz. De golpe hubo un cambio extraño. Corría frente al espejo una rata alada, esmirriada. Chilló sin estruendo alrededor. Se detuvo y descendió. Avanzó con sus dos garras hacia la salida sin que usuario en el gimnasio se sorprendiera.