Existe una imagen acuñada por un historiador de renombre, Fernand Braudel, que relaciona las luciérnagas y las estrellas para entender mucho mejor la relación entre los eventos y el horizonte de los eventos, eventos políticos si ustedes gustan, que juzgamos únicos, de trascendencia, excepcionales. Con cierta soltura, en México, en los días que corren, se afirma que estamos dentro de algo excepcional. Excepcionalmente malo, excepcionalmente bueno. Los matices son raros. Bajo el crisol nocturno, los eventos suelen presentarse como las luciérnagas. Su desenvolvimiento es vertiginoso, cambian todo el tiempo, difíciles de entender. Día tras día aparecen y desaparecen. Hoy nos concentramos en esto nuevo, cuando ayer estábamos debatiéndonos en otra cosa. Una serie infinita. ¿Cierto? Pero si uno mira un poco más arriba o más a profundidad, está la constelación de las estrellas, que no se mueven, o se mueven poco, estructuras de un ritmo lento.
Esta imagen es útil para entender mucho mejor las relaciones entre el pensamiento y la acción política. Con la metáfora de las luciérnagas y las estrellas, aquel historiador se refería sobre todo a una actitud de método para no sucumbir tan rápido a los caprichos del tiempo presente. Esta imagen sugiere, quiero expresarles, tener una pierna, quizá la parte más combativa que llevamos dentro, en las protestas, elecciones, coyuntura, agendas locales; pero otra pierna vinculada a lo más vasto, a esa constelación de cosas que cambian poco o cambian lentamente. Un vínculo al menos por medio del pensamiento.
Si uno considera lo que pasó en México durante los años 50, 60 y 70, aquellas batallas de ferrocarrileros, médicos, estudiantes, maestros rurales radicalizados que se volcaron a las armas y estudiantes de las escuelas normales que también se radicalizaron con la lectura de las páginas marxistas, estuvieron vinculados, todas, no sólo a momentos políticos locales o coyunturales, sino con una preocupación más vasta: el desarrollo nacional.
El desarrollo nacional es un tema muy amplio, complejo, pero quiero resumirlo aquí en que se trataba de una oferta ambigua de integración. Se trataba de industrias nacionales, mercado interno, consumo de bienes, consumo cultural, derechos políticos. Una oferta que se creía posible. Había fe colectiva. No sólo fue mexicana sino fue global, pero en realidad existieron numerosos y poderosos agentes, estructuras, mecanismos que lo hacían difícil, precario, insatisfactorio, por no decir casi imposible. Intereses ligados a la burguesía nacional pero extranjerizante. Intereses de la burguesía y del gobierno estadounidense también. Un fenómeno llamado colonialismo interno: una sociedad rota, dual, porque algunos, los menos, podían participar del desarrollo y otros, los muchos, indígenas principalmente, estaban de hecho fuera. Un fenómeno como el colonialismo intelectual: la importación sin reflexión de modelos europeos o estadounidenses para pensar nuestra realidad. Cacicazgos, hombres locales muy poderosos. Racismo y sexismo. Y un sistema político estructurado en un régimen presidencialista y un partido hegemónico, que asfixiaban las intentas de renovación.
Las batallas locales, sociopolíticas por la democratización, empujaban a lo más grande: el desarrollo nacional. Y el desarrollo nacional era la principal democratización de México. Esta lógica, desde luego, terminó en los años 80 y como sabemos, terminó muy mal. Desde aquella época, con el cambio de paradigma social e intelectual global que hemos asociado al neoliberalismo, la tendencia política ha sido sumamente local o regional. Preocupaciones en torno a partidos, candidaturas, elecciones, coaliciones, leyes electorales y, a veces, de gran relevancia sin duda, preocupaciones en materia fiscal. Una tendencia alimentada, desde luego, por la erosión de la preocupación por el desarrollo nacional.
Los eventos que nos interesan en nuestra contemporaneidad siguen apareciendo como las luciérnagas, pero hemos perdido la constelación estelar, al menos que esa constelación no sea sino el esfuerzo de no morir con el fin de los tiempos. ¿Quién hace el debate político? En nuestra época, desde luego, no basta con hablar fuerte. Se trata también del diseño de frecuencias móviles de conversación, anzuelos, frecuencias compactas, versátiles, donde circule la conversación inteligente, bien informada y, por qué no, la conversación espectacular. Para las organizaciones, los gremios, los colectivos, ¿qué les impide ahora estar de lleno en la creación de contenidos políticos, debates, agendas de muchos tipos, mediante los diseños sofisticados, sonoros, incómodos, incisivos? Diseños de comunicación versátiles, ajustados a los tiempos que corren; diseños adecuados a la altura de las incógnitas que ha planteado también el nuevo virus. El podcast es uno de esos diseños. Y este diseño llegó para quedarse.