MORENA HA ESTADO ÍNTIMAMENTE ASOCIADO A LÓPEZ OBRADOR desde el año de su fundación en 2014. Hasta hace relativamente poco, apenas ayer, los dos eran términos orgánicos, inseparables. López Obrador lo fundó al partido, conduce la transformación política que el partido abandera y le provee una identidad definida, aún esperanzadora, y los centros de operación de Morena hacen creer que reproduce e incentiva el halo (o el manto sagrado) que lleva consigo López Obrador. Morena es un imán que atrae a propios y extraños, a moros y a cristianos, a los mejores y a los peores, y esta virtud se ha convertido también en una de sus primeras taras.

Ahora, recientemente, ha amenazado López Obrador de retirar la marca, o la sigla, o el nombre, si Morena como partido no encuentra el rumbo, si no logra salir del marasmo en el que se encuentra en todos los ámbitos de sus operaciones.

¡Y vaya que es profundo el pozo negro en el que ha caído!

Si López Obrador diera ese paso, Morena no sólo perdería a su mejor activo, sino que su horizonte de posibilidades sería prácticamente nulo. Una gran promesa, dirían los críticos, que terminó demasiado pronto. Porque, seamos claros, López Obrador no depende o no depende más de Morena como Morena explota y usufructúa la fuerza política y simbólica de López Obrador, con o sin la banda presidencial atravesándole en diagonal el pecho.

¿Ustedes imaginan a Morena sin López Obrador?

¿Quién si no él detrás de la sigla?

Es plausible que dicho naufragio responda a que el gobierno federal expolió al partido. La 4T no podía no llevarse consigo a los mejores de sus cuadros y perfiles. Esta enajenación no fue suficiente, dicho sea de paso, porque López Obrador no impidió la entrada de quienes no provenían de las filas internas: Germán Martínez, Moctezuma Barragán, Manuel Bartlett, etcétera, cuyas actuaciones o rendimientos —dispénseseme el continúo lenguaje bancario— han sido desiguales. De modo natural era imposible que un partido tan joven, heterogéneo e inexperto pudiera proveer la cantera de cuadros que necesitaban los centros de comando del elefante reumático.

Sin atreverme a un pronunciamiento pormenorizado, a un año del triunfo electoral de julio de 2018, el saldo es positivo en el gobierno federal; yo escuché este domingo un informe balanceado, austero y alegre, pero no complaciente, advirtiendo que la seguridad y el crimen son los asuntos pendientes, todavía alarmantes.

Morena, en cambio, sufre una crisis honda y permanente, que se agrava con la llegada de los tiempos internos electorales. Se crea, se expande y acecha una atmósfera mefistólica: se buscan cargos, no proyectos; seduce el dinero, no los principios; se tejen las conspiraciones mas no las ideas y el debate político.
La mejor idea pública que Morena ha creado, el llamado Instituto Nacional de Formación Política, no tiene al día de hoy un solo centavo para financiar el ambicioso o abstracto programa que se ha venido elaborando. En las reuniones donde se debate el carácter o alcance de dicho Instituto, es frecuente la pregunta sobre la cantidad de círculos de estudio que se han desarrollado en las alcaldías, pero la respuesta más plausible al respecto, en mi concepto, no es responderla. Se trataría de una contra-réplica, a manera de otra pregunta, que tendría que ser unánime, altisonante, políticamente incorrecta. ¿Pueden decirnos, Fisgón o Cervantes, cuánto dinero han recolectado?

Provenientes de los rincones más inimaginables, los miembros de izquierda que se han aglutinado en Morena están demasiado acostumbrados al martirio y mal acostumbrados a la sobrevivencia. Y todo parece indicar que disfrutan el síntoma. Ha irrumpido la 4T en el escenario nacional, pero seguimos actuando bajo un modelo de izquierdas de gran corazón, voluntariosa y feroz, pero sin dinero en los bolsillos.

¿Qué clase de futuro se espera?

Además, los centros de operación de Morena, me refiero a los centros locales, oficinas o casas de enlace en diferentes alcaldías operan sin tender los puentes ideológicos con la gente, funcionan en secreto y con las puertas cerradas al público en general.

¿No les encanta el compromiso ideológico de Morena para con la gente de la ciudad?

Sé que algunas actividades que se realizan para la urgente formación de cuadros políticos se hacen con los pocos recursos privados de los militantes y sin apoyo material de ningún tipo por parte de los dirigentes locales, funcionarios o líderes. En una sede de Morena en la Venustiano Carranza, paradojalmente, se pasa la charola en las reuniones de la militancia para solventar los servicios de limpieza del lugar.

Así las cosas, Morena es una sigla que empieza a difuminarse.
Es una estrella que comienza a palidecer.
Y López Obrador no es el único que lo sabe.