MORENA tocó fondo, alcanzó el tizne del lodo. Al haber sido obligado a aceptar una ¡encuesta telefónica! para dirimir al fin quién tomará próximamente las riendas del partido, MORENA es el gran ausente de la cuarta transformación en el corte de caja de dos años de haber comenzado.
Propios y extraños han celebrado este último recurso, una encuesta por teléfono, pero es en realidad un desfalco más de un partido político, el mayoritario de todas la fuerzas políticas hoy, que sufre impericia, carece de talento, vitalidad, genio en su vida política interna. MORENA ha sido hasta ahora un órgano sin cabeza.
A finales de este mes de septiembre se llevará a cabo dicha encuesta entre militantes y simpatizantes, y en el amanecer de octubre próximo habrá una nueva presidencia y una nueva secretaría general en funciones. Puerta que se abre para encarar un importante próximo período electoral; también para adentrarse de lleno a una fase distinta para recuperar valioso tiempo suspendido en el aire. Restaurar credibilidad y confianza, reocupar zonas enteras erosionadas.
Han sido en efecto más de dos años de una semi-inmovilidad increíble de un partido que lo conquistó prácticamente todo en las elecciones de julio de 2018. En este período de dos años, tanto en las alturas, que suelen concentrar los reflectores y donde se acostumbra extraviarse en asuntos de los estatutos y el papeleo, así como en las bases de la vida política interna, me temo, nadie se salva; la cuarta transformación es talla grande para quienes son talla small. Al margen del gran líder, de su carisma, de su atractivo, del estilo personal de gobernar de López Obrador, mi lectura de la izquierda aglutinada en MORENA es que está hecha de ideas simples, de arengas; es localista, fragmentaria, tiende a ser ignorante (con honrosas excepciones), ideologizada mal, y concreta poco o nada en períodos cortos de tiempo. Un tipo de izquierda que se ufana incontables veces de sus baños de pueblo, de las acciones propagandísticas sin gestión, con nulos presupuestos. Que haya sido la autoridad electoral, en verdad, quien debió desenredar el nudo para dirimir finalmente el gobierno interno del partido, es el acabose de un barco sin timón, a la deriva bajo la noche.
Quizá con razón se ha hablado de que MORENA sufrió un proceso de erosión de cuadros que debieron migrar al gobierno federal o al legislativo, y se quedaron desérticas zonas enteras. Eso pasó. Fue real. El infructuoso Instituto Nacional de Formación Política fue la única idea política relevante que logró parir durante dos años, pero no logró ni formar cuadros ni líderes ni nada; no hubo coordinación ni gestión precisa, tampoco hubo financiamiento. Otro tache mayúsculo. Se ha hablado también de que, al ser un binomio entre movimiento social y partido, MORENA no ha hallado aún el diseño público preciso para sus intervenciones. Es una zona en penumbra quién abandona, quién reemplaza, quién sube, quién baja, cómo se comunican los distintos planos donde MORENA, como movimiento, como partido, como sea, forma parte de la discusión pública.
MORENA no sabe actualmente cómo empujar la cuarta transformación; sentencia lapidaria, es cierto. Adolece de estrategias, de debates inteligentes, abiertos, atractivos, su presencia es nula en los principales formatos de la conversación contemporánea. Carece de propuestas, de una gran narrativa política coherente, propia, autónoma, sobre el presente inmediato, sobre los grandes problemas nacionales, sobre el corto plazo. Aunque el nuevo virus, empero, nos ha enseñado a no pensar mucho en lo que va a pasar en el futuro. Nadie lo sabe.
Lo mejor que puede ocurrirle a MORENA es el resultado de la encuesta. Aunque la encuesta no es un mecanismo que les ofrezca a los triunfadores legitimidad total. Y, como instinto de sobrevivencia, que la nueva dirigencia comience a diseñar, a trabajar a marchas forzadas la nueva agenda.
Finalmente, los perfiles que contienden para la presidencia como para la secretaría general del partido, sin embargo, no son alentadores. Todo sugiere que un perfil proveniente de las catacumbas, veterano, de la vieja guardia, pero sin vitalidad, sin un pie en el futuro, se quedará con la presidencia y un perfil más bien de la nueva generación se quedará con la secretaría general. Eso es un error. El escenario opuesto es la clave, para mi gusto, para la regeneración de MORENA. Sangre joven, idealista, sin temor a equivocarse, parido en las antesalas del siglo XXI, debe ocupar la presidencia, la instancia máxima de las decisiones; y contar en la secretaría general con el colmillo de un perfil que logre encontrar los atajos adecuados al interior del laberinto de la burocracia, de los estatutos y de la grisácea legislación electoral, que siempre han jugado en contra de la transformación radical.