Debo confesar que he sido lector de años de Héctor Aguilar Camín. Los últimos libros que habré leído debieron ser Nocturno de la democracia mexicana, que compiló una veintena de ensayos políticos, y esa suerte de autobiografía, Adiós a los padres. Este perfil de escritor me atrae: escritores de ideas, que escriben también historias de ficción.
Añado a esta confidencia que valoro menos la figura mediática de Aguilar Camín. Desde ya reconozco el sesgo con el que hablo y no disfrazaré esta intervención bajo la ilusión de la posición equidistante, en busca de la objetividad de ningún tipo. Uno habla desde un lugar. Me parece que Aguilar Camín ha estado mucho tiempo expuesto en televisión. Podría darse un descanso, no sé, un sabático largo, regresar en 2024, pensar tranquilo en su casa y reformular. En televisión nocturna, confuso, se expone a menudo. Los argumentos son planos; las ideas no atraen visulamente ni tampoco el ritmo. Es presa fácil, Aguilar Camín, de sus propios sloganes. Y, en términos políticos, los de coyuntura, a propósito de la 4T, suele ganarle el hígado más que las ideas diáfanas. Pero no seamos tan injustos; todos hemos cometido ese pecado. Las llamamos pasiones políticas, ese juego que sentimos serio entre la vida o la muerte por las concepciones que rigen el espacio público.
Ya lo hemos visto recientemente; encolerizado, despotricó Aguilar Camín libremente en pantalla sobre las amenazas autoritarias en México, vaya paradoja, y la impericia en el timón, según él, de López Obrador. Pero Héctor Aguilar Camín, y otros pensadores que se le parecen, lo han afirmado desde hace tiempo, y en una de esas, con tanta repetición, hasta les creo un tanto. No sé.
Para despacharlo rápido, más como vituperio que otra cosa, se suele etiquetar automáticamente a Aguilar Camín como un intelectual orgánico o, también, un intelectual neoliberal. ¿De qué hablamos cuando hablamos de ese modo? Intelectual orgánico, intelectual neoliberal, ambas son etiquedas archigastadas, forma parte de los insultos en el mundo de las ideas políticas, es también un síntoma de pereza mental. Pero refiere, en todo caso, a una problemática específica. En países como los nuestros, periféricos, de poblaciones marginales, etcétera… ¿puede la actividad intelectual, el mundo del pensamiento y sus expresiones materiales, salir a flote bajo las leyes estrictas de la oferta y el mercado? ¿Puede alcanzarse dicho propósito sin mancharse el plumaje al atravesar el pantano? Estructuralmente hablando, como suelen enunciarlo los sociólogos, es impensable, salvo alguna excepción, temporal, de suyo extraordinaria.
Pero el intelectual neoliberal, por el contrario, tiende a afirmarlo, tiende a suscribir que “el mercado es un mecanismo de distribución eficiente”, lo suscribe y la revista Nexos luego lo publica y lo difunde, pero en realidad, visto de cerca, el intelectual (o el escritor político) no vive a partir de las leyes frías del mercado. Porque una cosa es lo que las personas dicen que hacen y otra muy distinta es lo que en verdad hacen.
Es real la vulnerabilidad de la vida intelectual en México. Los públicos lectores son minoritarios, no son robustos; la capacidad adquisitiva de los salarios son tales que es el alma o es la panza; la cultura en estricto sentido es un consumo suntuario, de lujo, propio de las élites, basta preguntarse por el precio de las novedades de los libros.
De tal suerte que la vida intelectual, cualquiera de sus expresiones, es un rostro transfigurado, maquillado, mediado por el Estado; una vida auspiciada por él. Y de muchos modos la vida intelectual contemporánea regida por el tiempo acelerado, Internet, los algoritmos y las pantallas, tampoco se escapa del todo al ogro filantrópico, el Estado. Es el erario público, a veces más, a veces menos, quien ha financiado de muchos modos a la vida intelectual. Los fondos y los contratos para las revistas, la publicidad en las páginas impresas, las becas, los honorarios, los puestitos en algún escritorio de la estructura estatal, un largo etcétera. El soporte que ofrecen los públicos lectores, los espectadores y las regalías no es decisivo. Nos puede gustar, nos puede enervar las venas y la cabeza, pero la vida intelectual en México no se entiende realmente sin considerar qué tan cercano o qué tan lejano se encuentra la posición del intelectual frente al gobierno en funciones.
Cofundador y director por muchos años de la revista Nexos, Héctor Aguilar Camín tuvo un largo romance con los gobiernos de Salinas de Gortari, su padrino, los gobiernos panistas y con el de Peña Nieto. Es cosa sabida y documentada también. Prosperó, ganó dinero estratosférico, pudo haber dicho cuando quiso de las bondades de la liberación de los mercados y la transición democrática en las páginas de Nexos. Me da un poco de pena tener que recordarlo.
Pero ahora que la relación de Aguilar Camín con el gobierno actual es distante, por decir lo menos, es natural que se sienta agraviado, su figura y su revista; es natural que denuncie ataques, censura, multas injustificadas, amenzas a su libertad de expresión. Es bastante natural. Así que; cuando regresen los Peña Nieto, los Salinas de Gortari, los Calderón a la presidencia de México, tocamos madera, desde luego, Aguilar Camín estará tranquilo y rebosará, seguramente, de una segunda juventud cuando le levanten las sanciones y reciba, muy probablemente, nuevos contratos firmados. Los candidatos presidenciables del PRI o del PAN deberán ganar limpiamente las elecciones. Ahí el detalle.