No ha sido desmantelado aún este ritual del siglo pasado de aguardar una hora específica y encender el televisor. Un sujeto relativamente inmóvil en el sofá frente a una pantalla anclada en una de las esquinas de la casa. Hasta hace relativamente poco la atención a la programación nacional en México significaba escuchar los intereses de dos medios masivos de comunicación y, quizá, como excepción, se salvaban el Canal 11 y el Canal 22. Canales universitarios cuya agenda está en sintonía con la difusión de la cultura. Medios estatales que representaban la alternativa nacional a Televisa o a Tv Azteca. Internet, desde luego, los puso en jaque a todos.

¿Pero es realmente nuestro deseo prestar atención a los dos medios que dominan la escena? Lo dudo. En cambio, es muy fuerte el deseo, reforzado por el interés, que poseen los medios tradicionales de antaño, junto con sus estrellas estelares, de ser considerados como “medios veraces”. Nada más alejado de la realidad.

Uno enciende el televisor y adentramos a la dimensión del tiempo fijo dividido. Mitad “contenido”, mitad comerciales y una comunicación unilateral que desconoce a la audiencia. Uno se pregunta por qué no responde la tecnología Touch Screen en la televisión para adelantar los programas. ¿En qué momento se abre la brecha, o la posibilidad, para expresar nuestra insatisfacción por la basura en general de la programación de Televisa o Tv Azteca o de sus satélites? ¿Basta la acción de desenchufar el aparato?

Desde luego, importan mucho los llamados foros de discusión. Mesas redondas, debates e invitados al interior de los noticieros o conversatorios convertidos en programas de la noche. Durante el largo invierno que supuso el neoliberalismo en México (1982-2018) hemos visto circular personalidades con gran exposición visual, pero con un prestigio a la baja. Larga es la lista. En lo inmediato algunos “opinólogos” quemarán todas sus vidas cuando se formalice la lista oficial del chayote: periodistas altamente beneficiados por el dinero público. Ese arte de guardar silencio, o la adulación facilona, en aras de abultar los bolsillos.
Voces y figuras de una época lejana que siguen ancladas en la televisión. El espectáculo es la motivación real detrás de lo que ocurre en la pantalla, no es ningún secreto, y la televisión hace de las ideas y del debate público un espectáculo en las pantallas. A la manera del rey Midas, todo lo que toca lo convierte en show. Ningún canal se salva.

Hemos visto año tras año a los mismos hombres de negro (participa también María Amparo Casar) en conversación política del Canal Once. Uno por uno, en mi concepto, los hombres y la mujer de negro gozan de estima. Unos, la mayoría, son académicos que escriben libros; otros, son conductores con trayectoria; muy pocos han sido políticos, experiencia desde la cual pueden hablar a ras de cancha. De algún modo o de otro, algunos más y otros menos, no han escapado a la censura que ejercieron los gobiernos neoliberales anteriores.
En lo individual no son unos payasos, no son Brozo. Pero queda insuficiente el formato y el ambiente. Aunque solicitan los temas posibles de los debates en sus cuentas de Twitter, el espectador intuye con cierta facilidad lo que están por decir. Ni sus matices ni sus preferencias ni sus lamentos son sorpresivos. Los hemos escuchado tanto tiempo que son previsibles. Circula en aquel foro el lenguaje políticamente correcto. La falta de humor y la crítica punzante entre los propios participantes son los grandes ausentes. Muy a menudo uno lamenta que el debate televisivo sea parco, muy breve y se conduzca en el somnoliento modo gris.

Los directivos del Canal 11, empero, entendieron tarde, pero lo entendieron, que necesitaba redefinirse. Los nuevos tiempos que impulsa la 4T lo exigen a gritos. El problema ya no es la información. Vivimos la época de la saturación informativa. Muchas veces contaminada o distorsionada por lo fake, innegable. El problema, sin embargo, no es la disponibilidad de la información, sino la reputación de quien la sostiene. Gente honorable, o respetable, puede realmente hablar. Desde luego, es una premisa sujeta a prueba.

El Canal 11 ha anunciado dos nuevos programas en su cartera. Se transmitirán por la noche, porque por la noche, según se piensa, estamos distendidos y estamos prestos para los debates, arrojando un anzuelo a la audiencia inconforme. El Canal 11, por un lado, ha reclutado entre sus filas a Sabina Berman y a John Ackerman. Los veremos juntos en un programa llamado John y Sabina. Ya salió al aire el primer capítulo de la primera temporada. Humor, sátira, invitados especiales y entrevistas, lo fuerte del programa. Un ping pong de ideas, apuntes y preguntas. Hasta una mini obra de teatro hubo al final del programa en torno a la eyaculación precoz, con participación estelar de Julio el Astillero Hernández. ¿Cuándo habíamos visto al punzante Astillero (considerado el periodista activo más completo en México) actuar en televisión?

Escritora de ficción y de teatro, magistral entrevistadora, Berman ha sido un activo de Tv Azteca. Polemista y analista en el semanario Proceso, por su parte, también conductor en Tv UNAM, Ackerman es un gringo devenido mexicano que colabora regularmente en los proyectos políticos de MORENA. Se le considera a Ackerman, no sin razón, como uno de los miembros estratégicos de la intelligentsia de la 4T.

Ni Berman ni Ackerman son sencillitos ni complacientes, pero en su primer programa al aire, muy al inicio, los sentí acartonados, rígidos, reconociendo el nuevo terreno. Hablaban con la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, primera invitada, sobre la despenalización de la mariguana en México. Si mi hipótesis es correcta, se espera de ellos una crítica lúcida a la 4T, mandando un mensaje a los espectadores que el juicio crítico se alimenta de la inteligencia, es paródico o es constructivo. Crítica en efecto no es el golpeteo con el que actúa el Reforma y la prensa fifí.
El Once, además, ha convocado también a Hernán Gómez y al humorista Carlos Ballarta. Ambos serán protagonistas de La maroma estelar, próximo a estrenarse. Explorador de los submundos populares y el lenguaje áspero y crudo, Ballarta garantizará los “stand up” de comedia negra. Para mi gusto es el Carlos Velázquez de Netflix en español. Quizá exagero. Hernán Gómez se mueve en varios espacios, particularmente en la antesala del infierno que es Televisa y escribe columnas de opinión en el periódico El Universal. Aunque recientemente Hernán Gómez ha sufrido en carne propia un lapsus brutus al aire (hablar de lo que no sabe y ser el responsable directo de resucitar al espécimen de Gabriel Quadri), se ha convertido, junto con Gibrán Ramírez Reyes, en una voz sugerente y dura de roer. En mi concepto son los enfant terrible de Televisa, Hernán Gómez y Ramírez Reyes, que van y les ponen sus cocos a los neoliberales mediáticos.

La 4T es un espacio abierto de posibilidades. Sin duda se beneficiará de los mejores intérpretes, traductores verosímiles del campo político. ¿La televisión y sus agentes estarán a la altura de los nuevos retos?