Las redes sociales forman parte significativa del nuevo ecosistema cultural de nuestro tiempo. Es un ecosistema fascinante, global y extraño, seductor, móvil y complejo. Canales, plataformas y aplicaciones permiten el mega tráfico de links, comunicación, imágenes, vídeos, investigaciones, ruido y objetos culturales vagamente identificados. Monstruosa cantidad de datos, algoritmos e inteligencia artificial. En sus ramificaciones, damos rienda suelta a nuestra libertad, al menos eso creemos, y lidiamos a diario con el vértigo. Fenómenos virales, la posverdad y el tiempo acelerado, son otros de sus rostros.
Así, desde hace 10 o 15 años, o más, nuestra vida personal, profesional y la vida comunicacional en general serían impensables sin el uso de estos corredores compactos de Internet. Una cultura digital, por lo demás, que el año 2020 terminó finalmente de coronar. Pero cuando hablamos de redes sociales, también hablamos de un puñado de empresas globales cuyos cuarteles generales se ubican en la costa oeste de Estados Unidos. El valor económico de cinco o seis mega corporaciones a las que nos referimos, Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft, también Twitter, supera con creces el Producto Interno Bruto de países enteros, fundamentalmente países semiperiféricos, y en consideración del número de usuarios o cuentas activas en las redes, se convertirían en automático en supra regiones o bloques que justificarían las hipótesis del mundo multipolar. Las comparaciones anteriores no son las únicas ni las mejores, pero sirven para ilustrar su poderío global que nosotros, los usuarios, alimentamos y acrecentamos todos los días.
Si le das más poder al poder… advertía tiempo atrás una cumbia del grupo de rock mexicano, Molotov.
En los episodios iniciales de la segunda temporada del compló, habíamos hablado acerca de las redes sociales como los grandes editores contemporáneos de la realidad, un giro de 180 grados con respecto a la cultura impresa o al pasado inmediato, pero también hablamos de la censura que ejercen. ¿Hemos agotado todas las aristas del apagón de la cuenta de Twitter del ex presidente Trump? No me lo parece. Donald Trump es un monstruo letal, no nos engañemos, decíamos, y otros como él: Bolsonaro, Macri, Berlusconi o Vicente Fox, tienen el derecho al uso de las redes sociales. Nos guste o no, y todos deberíamos reconocerlo. Desde luego, amenazas de muerte, incitaciones a los puños o violencia simbólica, y otras linduras, no son libertad de expresión. O si ustedes quieren, son muy difícilmente ejercicios de libertad de expresión. Tanto esta libertad en particular, como las posiciones políticas que se atrincheran en los extremos, son un fenómeno complejo. Un fenómeno difícil de lidiar.
En su participación reciente en el Foro Davos 2021, el zar Vladimir Putin señaló el carácter monopólico de las empresas globales que están detrás de las redes sociales. Los monopolios han sido fenómenos recurrentes o cíclicos según las tecnologías de punta o en boga, porque permiten la máxima obtención de beneficios, gracias también al poder político de los Estados más fuertes. ¿Dónde está la línea —volviendo a las declaraciones del líder ruso en Davos— que separa los intereses particulares de estas mega corporaciones y los deseos de controlar la información pública o la sociedad misma? Sin embargo, claramente, podríamos preguntarnos si Vladimir Putin, ex agente de la KGB, ahí luego me la platican, es ajeno al control social o si es el mejor exponente para hablar de la defensa de la libertad de expresión. En días pasados, una filtración del CEO de Facebook en alusión a las preocupaciones similares a las del zar Vladimir Putin, como las de la canciller alemana Merkel o del López Obrador, presidente de México, reconoció que sus políticas de uso deben asegurar las reglas del juego democrático, pero no van a renunciar a los intentos de actuar anticipadamente, debemos entender entonces actos de censura, aunque sean vistos —concluye la filtración—, con animadversión y recelo.
La frecuencia del compló nacional, justamente lidió en enero con un acto de censura en Facebook. Publicamos un episodio en torno a un empresario dueño de un canal de televisión, pero nuestro promocional clave en esta red no fue aprobado. No supimos la razón exacta, pero nos la pudimos imaginar. No hay por ahora poder alguno o poder supremo que obligue a estas mega corporaciones a respetar el estricto juego democrático y, con ello, el espinoso fenómeno de la libertad de expresión y las posiciones políticas.
Por eso postulamos una demanda categórica: ¡Regulación de redes!, ¡Estados del mundo, uníos!