Es una regla del mundo moderno poner en cuestión a los gobiernos. Lo efectúan muchos actores. Los ciudadanos críticos, los factores reales de poder, la red interestatal de los gobiernos geopolíticamente fuertes y, en particular, el periodismo de cualquier índole editorial.
El periodismo señala, ataja, publica. Pero el mejor periodismo de investigación barajea nombres, lugares, montos, posibles responsables. Documenta como mejor puede las triquiñuelas, los desvíos, la malversación de fondos, el enriquecimiento ilícito, las operaciones delincuenciales.
Visto así, este periodismo es un jugador invaluable, crucial para las sociedades, incómodo para todos los funcionarios que nutren las burocracias, todas ellas de ambientes kafkianos.
En México, por desgracia, el periodismo es un deporte extremo. Cientos de periodistas, desaparecidos o sin vida, alimentan día a día las listas generales de desaparecidos o muertos. Humberto Padgett o Alejandro Almazán, periodistas de alto impacto, afirman que son los políticos locales o las redes entre ellos y los tentáculos del narcotráfico las principales amenazas a la vida de los miembros del gremio.
Aunque hay iniciativas gubernamentales de protección y resguardo, no existe medida efectiva que les asegure que su oficio no les arrebatará la vida.
Desde otra óptica, el periodismo enfrenta viejos y nuevos dilemas, y sufre contradicciones internas. Retos y dilemas que se sobredimensionan por el diseño del nuevo ecosistema cultural global que habitamos y, en México, también por los humores políticos que ha traído la 4T.
¿Cómo es posible distinguir el periodismo estricto —hecho con base en pesquisas, datos y entrevistas—, del periodismo mercantil? ¿Cómo diferenciarlo del hampa del periodismo, que hace uso sistemático de los rumores, el golpeteo y las calumnias para favorecer o desfavorecer, con ataques y contraataques, a los actores políticos?
Además, como hemos transitado muy rápido de la era de la información a la era de la sobrecarga de la información, cualquier nota publicada, verás o no, atraviesa con gran rapidez la galaxia Internet. Desembarca en nuestro teléfonos personales y muchas veces no tenemos claro si fuimos presa de las noticias falsas.
Antes pensaba que la clave que podía resolver este tipo de enigmas era la reputación de las fuentes de información. ¿Quién sostiene tal cosa?, era una pregunta básica que podía orientarme en la aceptación o en el rechazo del caos noticioso. Sigo pensando que es saludable cuestionarnos por los responsables que firman tal o cual información, pero ahora es insuficiente.
No son pocos los periodistas probados, dicho sea de paso. Sus programas cotidianos nos aconsejan en la vorágine de datos y noticias, pero son los menos. Yo procuro conectarme con el Astillero, lo nuevo por la tarde noche que diseñan en mancuerna Álvaro Delgado y Alejandro Páez Varela, también con los chapuceros en YouTube. En menor medida con Carmen Aristegui.
Porque el campo está minado o la línea está contaminada, no me acerco ni por equivocación a lo que produce Televisa o Tv Azteca o sus satélites. Ya saben, el tradicional ecosistema de medios.
El presidente de México, desde el primer día que asumió su mandato, en diciembre de 2018, inauguró su conferencia de prensa muy por la mañana. De lunes a viernes, dos horas de pie, cumple la función de portavoz. Expone o pide exponer a su gabinete. Este ejercicio es único en el mundo. No hay jefe de estado o variante que convoque encuentros diarios con la prensa.
En las mañaneras circulan cifras, vídeos, declaraciones, testimonios y se abre el micrófono a los reporteros y periodistas. Algunos del auditorio siguen celebrando el ejercicio; otros lo detestan. Algunos sostienen que el contacto cotidiano y directo con el mandatario, nunca antes visto, nunca antes posible, es democrático, saludable, histórico.
Algunos otros no pueden ni escucharlo por su provincialismo al hablar o porque se come las palabras o porque pone a los verbos eses de más. Algunos dan por válida la versión oficial de la mañana y otros la desestiman. Y son también los que piensan que todo aquello es un espectáculo obsceno y que la mayoría de los periodistas van pagados para cuestionar cosas básicas. De todo hay.
En las mañaneras se inaugurará próximamente una nueva sección: el combate a las fake news. Como la polémica no cede ni un milímetro entre la versión lopezobradorista de los hechos nacionales y la versión del ecosistema tradicional de medios, en lo inmediato veremos cómo presidencia, paradójicamente, pone en cuestión al periodismo mercantil. Este nuevo ensayo, sin duda, debe conceptualizarse como una revuelta comunicacional en México.
Así, con la llegada de la 4T, las cosas quieren cambiar. Pero todavía debemos esperar otro tanto para darnos cuenta qué tan honda o qué tan superficial ha sido dicha transformación.