NO FUE DONALD Trump el autor intelectual del último tiroteo en Texas. Envuelta en una hipótesis en los años de 1990 sobre el presumible “choque de civilizaciones”, Huntington está detrás de la última racionalización del odio a los inmigrantes mexicanos. Componentes relativamente autónomos de un cuerpo más amplio llamado hispanidad, el español, la religión católica y la identidad mexicana han sido vistos como una amenaza a los valores protestantes o judeocristianos estadounidenses. Ignorancia, incomprensión y furia que Trump se encargó de expandir al encender los ánimos de los extremistas blancos. Según datos que proporciona Keith Edwards en su cuenta personal en Twitter (@keithedwards), corren ya 249 atentados masivos en Estados Unidos en 2019. Se habla off record de un manifiesto antimexicano o antiinmigrante en lo ocurrido en Texas. Además de las redadas y los encarcelamientos en la frontera, añádase esta industria sofisticada de la venta de armas, encabezada por la National Riffle Association. Millones de estadounidenses que se sienten orgullosos de ser miembros. Una asociación poderosa que siempre ha frenado toda iniciativa de ley nacional de regulación y sanciones. Esta facilidad con la que la gente compra armas y dispara. Justificada por los atentados del 11 de septiembre, esta cultura inflexible en Estados Unidos de sentirse inseguros.

México en Estados Unidos es mucho más visible ahora para los estadounidenses. Huntington en todo caso tuvo el mérito de olfatear los problemas futuros. De fenómenos estrictamente locales como los chicanos en California o el santuario de la virgen morena en Chicago, o el spaninglish fronterizo o las marchas multitudinarias en pro de políticas de legalización, los mexicanos en Estados Unidos se han convertido, o no tardarán en convertirse, en la primera minoría en Estados Unidos. Es un asunto político de primerísima importancia porque se prevé ya el escenario en el que la presidencia de Estados Unidos será determinada por el llamado voto latino, voto mexicano en realidad.
Nadie desconoce que las relaciones entre Estados Unidos y México están atravesadas por conflictos cuyas principales respuestas no son la máxima de todos ganan. Es fácil deparar con las posturas que abonan en el personaje de víctima de México (“nos robaron el territorio”) y en los delirios de grandeza de Estados Unidos (“God blessed America”). Además del pago en dólares, la bienvenida a los inmigrantes que ofrece Estados Unidos son las persecuciones y la xenofobia, las amenazas, los escarnios y el racismo. Instituciones poderosas que nos separan, la religión, la lengua y las costumbres dificultan los intercambios. Hay ciertos oasis de flujos positivos, en cierto modo prometedores, como las ciudades de Austin y San Antonio en Texas o Los Ángeles o San Diego en California. Visto en perspectiva, empero, la vencidad ha arrojado beneficios para ambas naciones, pero desiguales. Aunque el grueso de los inmigrantes mexicanos hacen trabajo rudo en Estados Unidos, los salarios son diametralmente opuestos con respecto a los de México. “¡Es la economía, estúpidos!”, una frase altisonante pero convincente. Si se trata de dar un salto mortal en la posición social, para muchos mexicanos no son los estudios ni la laboriosidad, tampoco la mentalidad empresarial ni mucho menos la actitud positiva. Es la decisión de internarse por la frontera. Alimentados por Huntington y Trump, por otro lado, los trabajadores estadounidenses podrán justificar el recelo a los inmigrantes por el sólo hecho de concebirlos como una “amenaza” a su seguridad o a su nivel de ingresos. Alguna justificación les asiste al asumirlos como “rompe huelgas” o “segundones” de las políticas de los patrones, pues sólo los inmigrantes estarían dispuestos a recibir una paga muy por debajo de los estándares mínimos. Lo cierto es que hay tareas que los propios estadounidenses no harían nunca salvo en el estado de emergencia.

Mientras México en Estados Unidos es un asunto en ascenso y espinoso, muchas veces trágico y amargo, nuestro debate intelectual sobre Estados Unidos es ambivalente e insuficiente. Es cierto que Control Machete, el ex grupo norteño de hip-hop, no sólo previó desde tiempo atrás la llegada de Donald Trump, sino que ofreció una guía al respecto. Júzguelo por su propia cuenta. Escuche el soundtrack “Humanos Mexicanos” de Mucho Barato [1996].

Ja! – ja! / ¿Que vas a poner un muro? / Si sabemos taladrar y por seguro que le damos duro / ¡za-za!/ ¡golpe! / ¡za-za! / ¡golpe! / y no pienses que con eso tú me vas a detener / pinche güero.

Hubo la época que México vio en Estados Unidos su único futuro. Proceso largo, complejo y diverso, la americanización de México está alimentada por una cadena de hechos. De las remesas a la cultura pop. De las principales importaciones al único destino de las exportaciones. Del Cancún sofisticado a la cultura del entretenimiento y las noches de antro. Este entramado alimenta nuestra americanización y de algún modo persiste el último futuro. Nuestra americanización no esconde sus contradicciones. No es sólo la existencia de un tratado de libre comercio, puesto en duda por Trump, y la construcción de un muro abominable, que de hecho ya existe. Aunque en México dista de ser reconocido con simpatía, muchas veces a regañadientes o en franco rechazo, existe también la creencia que lo estrictamente mexicano permanece pese a todo.

No es objeto de sorpresa que en ámbitos fundamentales de la vida social en México el idioma inglés sea, si no dominante, por lo menos decisivo. Lo es en los negocios y en las universidades, también en la tecnología y la música, el cine y las artes. Si algo es objeto de enseñanza en México es el inglés. Esta preponderancia es una forma clara de cómo Estados Unidos está en México. Del mismo modo, la reticencia y la ambigüedad, el rechazo y la inhabilidad de mexicanos frente a la lengua inglesa es una forma clara de cómo México está (y no está del todo) en los Estados Unidos. La tesis es simple: aunque ha sido en lo fundamental un objeto de escuelas privadas y descuentos, pedagogía experimental y publicidad, el idioma inglés no es aún un objeto político. No lo hemos politizado ni hemos tenido consciencia para sí de que el dominio del inglés es una conexión decisiva para que México adentre con fuerza en Estados Unidos.

Borges no se equivocaba en asumir el bilingüismo como una manera de acentuar las afinidades y borrar las diferencias. No es poco lo que separa a México de Estados Unidos. Pero si la vecindad será inmutable, pese a la teorización de Huntington o la políticas hostiles de Trump, la americanización de México no ha asumido que nuestra comunicación en inglés tiene el carácter de fundamental.

La serie Fox de televisión The Bridge observa muy bien la posibilidad que interesa aquí. La trama de la serie está situada en la frontera entre El Paso y Ciudad Juárez. Punto geográfico que hoy evoca la muerte. Aunque por momentos la serie se concentra en demasía en destacar la barbarie mexicana y acentuar la legalidad estadounidense, la figura del detective mexicano (Damián Bichir) merece aquí la última consideración. En cuanto que su dominio del inglés no sólo le habilita mantener una relación de colaboración en aras de resolver el crimen, sino que expresa de algún modo el “punto de vista mexicano” frente a los problemas tratados (asesinatos e ilegalidad), esta posibilidad individual plantea nuestra posibilidad colectiva. Una posibilidad que debe politizarse.