Publicado originalmente en Punto en línea, no. 53, diciembre 2013-enero 2014
Las trece horas del lunes 17 de febrero caen sobre las explanadas de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. Días antes, en los alrededores del auditorio Flores Magón, en los pasillos de los principales edificios, en las puertas de los baños, se leyeron carteles blanquiazules sobre Paco Ignacio Taibo II, conferencista invitado. Incluyen una fotografía que se difundió cuando el escritor escribió la biografía de Villa. La foto me gusta. El jefe de la División del Norte en uno de los extremos de la imagen, el rostro del revolucionario es propio de un cartel que recompensa su cabeza; al otro lado está la cara del narrador, se le dibuja una media sonrisa y los lentes se caen de sus ojos. La mirada desafiante deja en duda quién sabe más sobre Villa. Los letreros azules no precisan el tema de la conferencia, no es necesario, es lo que menos importa, la atracción es el invitado, es show, es conferencia mal hablada, es cita de historia, es crítica, es humor, es debate, es recuento, es anécdota, es albur conocido o por conocer, es lo que es. Me alejo del auditorio, subo unas escaleras grises interminables y miro de lejos y desde arriba el inmueble. ¿Esa fila tipo ventanilla de metro es para entrar a la conferencia que han llamado “magistral”? Tal parece, me pierdo en los ríos de gente, me compro rápido una alegría, como de costumbre, en un puesto de vendimia. Desde la explanada central de la facultad observo la fila que empieza a crecer lentamente.
La facultad, por otra parte, lleva su vida propia. No es ajena al evento, es ajena al evento. La hilera de asistentes a la conferencia sigue creciendo bajo el sol. ¿Una treintena, una cincuentena formados? Por lo menos. ¿Qué llevan en las manos? Son libros de Taibo II, los reconozco por los colores de las portadas. Ahí va el rojo de El retorno de los tigres de la Malasia, allá va uno negro de la saga del Belascoarán Shayne, allá va el de Villa, inconfundible tabique de mil páginas. Antes de entrar al auditorio, uno debe apuntar su nombre y su procedencia en una hoja. ¿Para qué es la lista?, pregunto a una muchachita que pinta de organizadora. Es control del evento, me responde. Entro al recinto. Guarde su comida, me incita una trabajadora con el ceño amorfo. Envuelvo mi alegría y la escondo para sacarla después, faltaba más. Las luces al interior del auditorio son taciturnas, sobrias, pero las del escenario son como la luz del día, los asientos cómodos, tomo uno en las filas de en medio y al lado del pasillo central. Observo el escenario a la perfección. Una mesa para tres individuos, un mantel azul marino con los símbolos de la universidad, un micrófono encima de la mesa, dos murales como telón de fondo.
En breve, hay murmullos que provienen por todas partes, sólo las butacas superiores continúan vacías pero tiempo después habrá gente de pie en los pasillos laterales. El auditorio está lleno, más de quinientas almas están concentradas ahí. Mientras llega el personaje, saco una hoja en blanco y comienzo a escribir lo que he visto afuera, hasta llegar aquí. No hay gente adulta, me equivoco, hay pocos pero desperdigados, tal vez funcionarios, tal vez trabajadores. El auditorio está lleno de chavales universitarios. Estamos en casa. Llegan al escenario dos integrantes de la Red Universitaria, responsable del evento, toman asiento, prueban el micrófono, hojean papeles, esperan, observan el frente. Se coloca una mesa abajo del escenario, próxima a las escaleras que suben al templete y en donde se venderán los libros del escritor, y alguien de la mesa anuncia que Taibo II ya ronda por aquí pero aún no aparece. Mi memoria lo dibuja como un personaje menos conocido como cuentista, de 1.69 metros de estatura, sesenta y cinco años, eterno bigote florido, fumador a muerte y empedernido bebedor de refresco de cola; seguidor de Howard Fast, conocedor del cómic y heredero de narradores de la talla de John Reed, Egon Kisch, Upton Sinclair o Larisa Reisner. Cuentista policial, periodista de coyuntura, militante de todos los días, autor de cabecera de Bill Clinton y de Fidel Castro, el escritor mexicano que vende más en el extranjero. El novelista irrumpe en la escena, los flashes se disparan sobre el personaje. Son las trece horas con trece minutos, el escritor se asemeja a una estrella de rock, se le esperará al final para las fotos, para el retrato, para los autógrafos, se le atiende para escucharlo y al final, también, tributarle loas.
El escritor sube solo los escalones al escenario, no lo acompaña nadie. Da los primeros pasos en la duela. Lleva pantalón de mezclilla, zapatos oscuros, playera negra con una frase que no reconozco, tal vez escrita en inglés, tal vez en alemán, un reloj dorado en la muñeca izquierda. El bigote es el de siempre: florido, más o menos peinado, más o menos despeinado. Camina despacio y hace un gesto con la mano izquierda, en forma de guiño, en forma de saludo, para hacer un primer contacto con el auditorio que lo espera, éste lo aplaude con ánimo, le aplaudimos. Toma asiento en medio de los dos individuos que ya lo aguardan en la mesa, junto con él llega una botella de refresco de cola sin estampa publicitaria. No fumará, cosa extraña. El templete para la conferencia magistral será un adorno, el invitado hablará desde la comodidad de su lugar.
Los barullos desaparecen cuando comienza el acto. La Red Universitaria se presenta a sí misma, qué hace, qué busca, quiénes son, y en voz de uno de sus portavoces se lee un comunicado que consume algunos minutos. La militancia y la academia deben debatir, deben encontrar puntos de acuerdo, puntos de acción, tanto más en tiempos de las reformas actuales, concluye el mensaje de la Red y le pasa el micrófono al escritor. ¿Quién más encarnaría en uno solo la militancia y la investigación? Breve silencio de expectación. No hablará de literatura ni de sus libros ni de sus personajes, no es la ocasión, pero habrá una para resucitar al personaje de Olguita Lavanderos. Fue invitado para exponer puntos de vista sobre cómo está el pulso del país, sobre la coyuntura de la política nacional, sobre las reformas neoliberales in extremis, sobre las responsabilidades que tenemos todos.
Las mañanas no son su mejor momento, dice, en realidad las trece horas del día son todo menos la mañana. Hace veinticuatro horas, comenta, estaba en Barranquilla —después me enteraría de que, los días 13 y 14 de febrero, dictó dos conferencias sobre cómo escribir una novela negra en el marco del Carnaval de Artes en Colombia— y cinco días antes, afirma, estaba en Hamburgo. A través de la cuenta de Twitter @taibo2 descubrí que presentó El retorno de los tigres de Malasia el 25 de enero en Frankfurt. En el otro lado del charco, se enteró del fallecimiento del escritor José Emilio Pacheco. “Prefiero no creerlo”, escribió en Twitter un día después de la noticia que sacudió al país, a los lectores, a las letras hispanoamericanas.
Las mañanas no son su mejor momento, tal vez esta mañana, que ya no lo es, sea la responsable de los equívocos. Olvidó decir que los pasados 6 y 7 del mismo mes, once días antes, estuvo en Culiacán, en donde habló sobre los jóvenes y las reformas estructurales. Tampoco avisará que un día después de su intervención en la facultad, viajará a Cuba para asistir a la Feria Internacional del Libro que organiza el país caribeño.
Taibo II es el señor de las anécdotas, de las historias minucia, nos recuerda a Plotino, fundador del interés por las naderías, y es un ciudadano aferrado al DF. Cuenta: “cuando llegué a Hamburgo, mi cuate que me conoce muy bien y me recibió, lo primero que hizo fue llevarme al cruce de avenidas más cercano del aeropuerto para aspirar lo más que podía de los mofles y emparentarme un poco con el DF que ya extrañaba; después me dio un cepillo extraño”. Hamburgo scenificó una movilización tres días antes del arribo del escritor. Un joven fue detenido y se alegó que el cepillo para limpiar retretes que portaba era un arma ofensiva, objeto de su detención. Al día siguiente, diez mil personas tomaron la ciudad y salieron a las calles portando cepillos para limpiar retretes. La represión está al orden del día, las ciudades están en peligro, la movilización es lo que siempre nos queda, esta ciudad está en peligro, la defensa de los espacios públicos es tarea de los ciudadanos, no sólo de los militantes.
Se declara optimista y abre una nota al pie de página, la primera de varias. El pesimista sufre antes, durante y después de las derrotas; el optimista sólo sufre después de la derrota. ¿No hay suficientes razones para ser optimista? El pesimista es ese cuate que dice que no es el momento y agrega “Lenin dijo…”. Abre otra nota. Entre la disyuntiva de si se puede o se debe actuar, compañeros, ¡se debe!, ¿o esperan que uno esté tranquilo embutiéndose gansitos Marinela mientras te coge la patrona? Y cuando se cita a Lenin uno debe preguntarse cuándo lo dijo, en qué condiciones lo dijo, cómo lo dijo, a quién se lo dijo…
Las mañanas no son su mejor momento. El escritor sostiene que las noches son lo suyo para teclear en la máquina y cuenta con dos razones: no suena el teléfono y nadie timbra la puerta. Los parajitos son unas cosas bien extrañas que tocan mis ventanas y me avisan que la jornada de la noche fue. Después de algunas horas te levantas, vas al baño y ves al monstruo de Frankestein en el espejo, le dices qué pedo güey, y te pregunta ¿sigues siendo de izquierda?, y le respondes a güevo, qué otra opción sino de izquierda. Es una condición moral versus la mentira, el doble lenguaje, el chantaje, es la oposición a estos gobiernos que tenemos. Se necesitan, afirma, ciudadanos de izquierda. Otra nota al pie. Pero no esa izquierda neandertal, llena de dogmas, del “Lenin dijo”, que es sectaria. Se trata de una que sabe que la patria está en juego. René Castillo había compuesto: “vamos patria a caminar, yo te acompaño”. Es la patria lo que está en juego, recuperemos la noción de patria. Siguiente nota al pie. Es la patria que defendió Zaragoza. Allá en la FES Zaragoza hay una estatua del personaje, viste con todos los honores y Zaragoza no fue eso. A Zaragoza le arrebataron Texas y reencontró la patria después, pidió su degradación a coronel poco antes de combatir contra los franceses; ordenó traer velas de los barcos de Veracruz para hacerlas cobijas para los soldados. Es verdad que tenía una voz agudísima y era menudo de cuerpo, pero los tenía bien puestos, a decir de unos de mis personajes femeninos, “para huevos mis ovarios”. Era militante comprometido, de esa patria venimos.
No es necesario mirar las alturas para apropiarse de filosofías para la percepción de la realidad, para darse cuenta de lo que está pasando. “Te diré que llegué de un mundo raro”, celebra la canción de Cuco Sánchez y pienso que esto es útil para entender las reivindicaciones a favor de la tolerancia sexual. Dice el escritor: “yo soy de los que piensan que cada quien puede hacer de su culo un papalote”. Tanto Cuco como José Alfredo, quien cantaba “si al fin de cuentas venimos de la nada”, representan filosofías de percepción que invitan a movilizarse con verdaderas ganas, para plantear lazos de fraternidad.
Nos enfrentamos contra una oligarquía monolítica. Es una tal agresiva, de doble lenguaje, represiva, ñoña. ¿Cuáles son sus aspiraciones? Extraerles a los trabajadores siete millones de pesos diarios y aparecer en la revista Hola! Hay que tenerle un pinche odio apache a estos cabrones. Siguiente nota al pie. Yo soy mal hablado y cómo quieren que no lo sea si me gradué en la secundaria federal número cuatro. En aquella época, para entrar al plantel, tenías que alburearte al prefecto y al güey de los merengues de la puerta, si no, no entrabas. El “te relleno el agujero con cemento y te dejo el albañil adentro” era un clásico. No puede haber disculpas a esta nacoburguesía, no puede haber sino militancia. Ahí tienen el caso de Blanca Nieves, que era medio pirujilla, y los siete enanos, ¿qué cantaban? No cantaban esas mamadas de “ay jo, ay jo”, cantaban, y el escritor entona, “Agrupémonos todos, en la lucha final”.
No nos sirve el alarmismo ni los atrabancados, continúa el escritor. En Morena ha sido útil sentarnos a pensar y analizar lo que está ocurriendo. Dimos a conocer y circuló un libro sobre el fraude de las pasadas elecciones para la presidencia. El libro, habrá que decir, se encuentra y se descarga gratis en la webpage de La brigada para leer en libertad. Dimos a conocer cómo el PRI compró el voto, cómo usufructuó la pobreza de millones, leímos millares de cartas que denunciaban la compra de votos. Leí una carta que contaba que dos hombres tocaron la puerta. La abuelita les abrió y pidieron hablar con ella. Los dejó pasar, los llevó a la sala y los escuchó. Los hombres le ofrecían quinientos pesos a cambio de darles el número de credencial de elector y, además, por cada persona que ella reagrupara para tal finalidad, le darían unas plumas marca Bic. La abuelita sonrió y desde su lugar le gritó a la nieta que se encontraba en casa: ¡Hija, ¿tienes esa cosa con la que tomas fotos?! Se llama celular, abuelita —le respondieron desde lejos. ¡Cómo va a ser un celular si con eso haces llamadas!, no seas tonta, niña —le volvió a gritar a la nieta. Cuando ésta llegó a la sala, la abuelita le dijo, tómales unas fotos a estos hijos de su rechingada madre que quieren comprarme el voto. La niña apenas alcanzó a fotografiar los traseros que habían salido disparados hacia la ventana. La historia fue redactada por la nieta, agregaba que su abuelita había sido dirigente de colonia y llevaba años en organizaciones vecinales. Si existe organización nuestra, si hay círculos, debates, espacios de discusión, trabajo con los proles, con los analfabetos, con los otros, con los de al lado… las reformas y los fraudes no pasan. Es esto lo que vine a decirles.