YO ABRÍ LAS PÁGINAS DE TRISTEZA CUANDO IBA APRETADO EN EL METRO. ¿Cómo estamos leyendo hoy? Pues así, en los lugares apretados. El formato, el peso y el diseño del libro, la verdad sea dicha, me permitieron manipularlo la mayor parte del tiempo con una mano en el trayecto y me sostenía del pasamanos con la otra cuando el tránsito humano entraba y abandonaba el vagón. Pensé que esta forma particular de fabricar el libro por parte del autor y editor, a la manera de esos artistas-ingenieros que habitaron el Renacimiento, preveía una experiencia segura de lectura.

Envuelto en la vorágine de una ciudad en marcha, Tristeza de Marváz respiraba de tal modo, con las pausas fomentadas por las imágenes, que me permitían agudizar los sentidos en un ambiente duro, quizá peligroso. Who knows.

Agradecí este concepto de fabricar un libro. Una estética de un libro que permitía agilizar los sentidos.

No sé cuánto duró mi viaje del metro Insurgentes, con transborde en Balderas y después hacia Zapata, donde descendí. Pero en ese lapso de tiempo terminé la lectura de la novela.

Me agradó mucho la apuesta formal por lo breve de Tristeza.
A la Hemingway, ¿no?, es posible decir mucho con poco.
¿Y fue exactamente una novela lo que leí?

El intercambio permanente entre la imagen y el texto, la yuxtaposición entre la fotografía y la prosa, además de ese modo de escribir de Marváz que investiga la metáfora, me convencían que Tristeza era más bien un largo poema gráfico.

Y esta incertidumbre también me gustó.

Marváz contribuye a impugnar los géneros, borra fronteras, violenta lo literariamente correcto. Un autor de vanguardia, Marváz.

En Tristeza encontramos a un autor fogoso, de ráfaga breve, discontinuo, que conecta la impureza de la vida de su personaje, ¡vaya vida la que te tocó vivir, Rebeca!, y el vasto universo de las emociones. Un autor, Marváz, que escribe fragmentos. La ensayista y crítica de la cultura Susan Sontag, en esas frases que se subrayan o se inmortalizan, escribió que el modo moderno de mirar es ver en fragmentos.

Tristeza es una afirmación de este modo moderno de mirar la vida.

Una vida, la de Rebeca, que camina siempre en el borde del abismo. Una vida terrenal, momentánea, inexorable, casi deleznable y, por lo mismo, sedienta de arte, en busca del sentido, de poesía.

Enhorabuena, Marváz, por esta nueva apuesta formal, por esta historia, que dota de energía a la literatura de nuestro tiempo.