El silencio habla.
El silencio dice ciertas cosas importantes.
Muy a menudo lo dice todo.
Frente al mostrador, en una escena, el psicópata resiste la tentación de volver a usar su arma eficaz. La expulsión de balines a través de la fuerza de un tanque de oxígeno. Entabla conversación con el viejo de la tienda, quien ha vivido toda su vida en algún pueblucho de Texas. El viejo se da cuenta que está respondiendo a todo lo que ese extraño le cuestiona. El psicópata se exaspera de las respuestas medio torpes que escucha y saca del bolsillo una moneda. Le pide al viejo que apueste. El viejo no sabe por qué le pide apostar.
No sé, le inquiere, ¿qué estamos apostando?
El psicópata lo mira con gran insistencia y le responde que todo. Está en juego todo, le dice.
Apuesta, insiste.
Hace girar la moneda sobre la superficie y la aplasta de inmediato.
¡Apuesta!
El viejo duda pero obedece. El hombre despeja la mano del cuarto de dólar y ha ganado el viejo. Éste no sabe exactamente qué ha ganado. Los espectadores sabemos que el asesino echó a la suerte si jalaría o no el gatillo.
Vuela una moneda al aire.
¿Le escribo o no le escribo? Los hilos de una carta futura: menos pasión, más sensatez. El tiempo se esfuma y los sentimientos se mueven. Nada es para siempre. Tampoco el dolor.
¿La llamo o no la llamo? Háblale de las batallas más personales. De cómo quedaste solo, a la deriva, como en la defensa de una causa perdida. En la búsqueda somnífera del impasse y del equilibrio.
Hay una moneda detenida en el aire.
¿La olvido o no? Hay algo enrevesado en las entrañas. Busca las palabras, secuencias de una frase. No son las ideas, son las pasiones el motor del mundo. No están prohibidas las preguntas. ¿Quieres salir a caminar? Conversaciones extrañas como las de la película.
Hay ciertas decisiones que ni los volados pueden tomar.
Fue positivo. Águila.
Escríbele a ella.
¿Qué es lo que no hemos perdido?
Timbra el teléfono.
Ella está en el aire.