Hace más de 10 años abandoné la gran metrópoli para irme a refugiar a una pequeña ciudad de provincias, al lado del mar, en el estado de Jalisco. Son esos cambios en la trayectoria personal que uno juzga decisivos pero a la distancia; nunca lo vemos de ese modo, a conciencia plena, en el momento de los sucesos que se desencadenan.
Puerto Vallarta es un cazo caliente bajo fuego lento la mayor parte del año, salvo el invierno, que dura poco. El paisaje, el tiempo y los cuerpos son otros. Ropa de algodón o de lino, mucho sudor, arena en los pies, bikinis, poca ropa en realidad, son los accesorios cotidianos. No tardé en descubrir que reinaba en la región cierto desparpajo saludable en las miradas escudriñadoras de unos hacia otros; aunque ciertamente se suele mostrar de más, nadie se siente en exceso vigilado, invadido, incómodo. Es cierto que había una tendencia de culto a la redondez y, en los trajines de la exposición, la libido, relativamente desenvuelta, convivía bastante bien con los usos de los cuerpos y, muchas veces, tomaba realmente el cauce de la ciudad y a lo largo de la noche. Este ambiente, dicho sea de paso, me empujó a escribir una novela erótica que finalmente deseché. Es la persona y su circunstancia, afirmaba un filósofo español.
Ya por el turismo o por las playas, ya por la vida que se vive allá o por tratarse de un puerto de atracción internacional, era claro que el cuerpo descubierto, más que contenido, era la pura forma. Fue al poco tiempo, relativamente fácil, que contacté con una mujer extranjera. Alta, de ojos aceitunados, trotamundos, de la Bélgica flamenca, que hablaba bastante bien el español. De esa clase de mujeres que le gustaba (o que le gusta) el deporte de contacto, la comida healthy y practicaba yoga.
Y esa mirada extranjera, a diferencia de las nuestras, podía darse cuenta de lo que nosotros no veíamos, ya por la cercanía, ya por la sentida naturalidad de las cosas, ya por la costumbre.
Indy lidiaba a diario con otras mujeres porque su trabajo la vinculaba con la hotelería, los servicios de masajes y las terapias alternativas; se hacía de sus testimonios, de sus relatos o de otras experiencias que le ofrecían sobre todo trabajadoras de servicios, vallartenses, nayaritas, jalisquillas.
Ya no recuerdo si lo que voy a exponerles eran sus convicciones permanentes o si sus concepciones originales se habían mezclado con las ilusiones y las esperanzas, las charlas o las confesiones que se allegaba muy a menudo. Eran, en todo caso, expectativas compartidas, deseos o anhelos colectivos, a veces claros o auténticos, a veces estrepitosos y bullentes, que me invitaron (no sólo a mí) a reflexionar y a actuar desde aquel tiempo.
Debo añadir algo más. Beligerante y extrañada, se quejaba muy a menudo de nuestra sentida vergüenza de los cuerpos o de nuestro machismo. De ese acoso permanente, velado en ocasiones, muchas otras rapaz y furioso, con el que añoramos el cuerpo de mujer, sin realmente conocerlo o entenderlo.
Besar más a menudo en busca del corazón de la mujer. Lo consiguen los encontronazos dulces y cariñosos, besos delicados y tiernos. Hay un mantra hindú: “Wa He Guru” que, a través de la vibración prolongada de la U al final del mantra, abre el corazón y despierta el amor propio; se cree eso en la India. Se cree que la forma U con la boca abre el corazón. O cantamos muchas veces aquel mantra durante el día, aislados o en los picos de las montañas, o aprendemos realmente el arte de los besos efectivos.
Es erróneo ir directo a la entrepierna. Después de una larga travesía de besos en la boca, ¿por qué no detenerse otro poco en una zona clave y muy sensible?, los pechos, que caen por la gravedad de su peso y las coronillas de los pechos. Es una superficie doble que despierta rápido y activa el resto del sistema con igual rapidez. Un terreno privilegiado que exige los movimientos sutiles y tranquilos, con los dedos, con los labios, con la lengua.
Finalmente LA ZONA de las infinitas terminaciones nerviosas. Un contacto de menor a mayor, nunca directo. Se vale preguntar hacia dónde, qué ritmo, qué otros movimientos y el clítoris lo agradecerá. Tacto, besos y el movimiento suave o tranquilo de la lengua.
El varón se preocupa habitualmente por satisfacer a la mujer en el coito y sufre de verdadero estrés por mantener una erección rígida, controlar la eyaculación, conocer posturas amatorias, pero no ha investigado lo suficientemente bien los métodos de estimulación eficaz de nuestra pareja.
Todos sabemos que no es fácil planear un encuentro único, especial, valioso; surgirá por sí sólo, según aquellos testimonios que Indy traía a cuenta, si el contacto es delicado, sensible, abierto y con pasión.
CORPORIS es también un foro itinerante que invita a reflexionar y a actuar por medio del espectáculo. Bienvenidos todos. Y que comience el show.