ALREDEDOR DE UN AUTOR SE TEJEN LOS HILOS DE UN MUNDO.
Ofrece pistas, reconstruye, se sumerge en la psique de sujetos en el límite, postula atmósferas, permea el sentido en las hojas impresas, hace enfurecer o entristecer, hace empalidecer o sonrojar y, todo ello, de algún modo o de otro, exalta y ennoblece las exigencias de un oficio.

Un oficio terrestre, como lo nombraba Rodolfo Walsh al oficio de escritor, que permite o es deseable que permita (¿a muchos, a pocos, a uno?) ganarse el puchero y los vicios. Y es fundamental que lo consiga, porque es la condición material necesaria en busca de lo auténtico, lo vital, la fábrica doméstica donde se manufactura una voz que necesitamos oír.

Alrededor de un autor se tejen los cables de un mundo.
Un autor congrega amistades y filias, maestros y discípulos, apologías y rechazos, conversaciones y circulación de libros y, ayer domingo, en el radio del corazón del centro histórico, Pterocles Arenarius fomentó el consumo del tlachicotón curado y, fenómeno extraordinario, el pulque entre las venas hace creer que uno puede echarle un lente al futuro.

En efecto, en el museo del pulque y las pulquerías, ayer domingo por la tarde, bajo el sello Eterno Femenino Ediciones, se hizo la presentación mundial de la novela Cualquiera puede matar de nuestro colaborador y amigo Pterocles Arenarius.

No hablaré del contenido ni de las virtudes de la novela. El panel de la mesa de ayer ya se encargó de hacerlo y hasta hubo elogios excesivos. Habrá una nueva presentación de la novela en la casa de enlace de Rocío Barrera (Calle Oriente 160, número 126, colonia Moctezuma 2da. Sección) este próximo sábado 24 a las 17 horas.

¡Están todos invitados!

Contaminado y corrompido durante el largo invierno del neoliberalismo, el mexicano es un mundo que debate hoy su permanencia o la salida (¿milagrosa?) de las capas densas de la noche y más noche, la corrupción, la violencia extrema y la cultura de lo fácil.

Esta facilidad con la que cualquiera puede matar y borrar al otro de la faz de la tierra.
Esta facilidad de sentir la intemperie, el caos y la barbarie.
Esta facilidad de sentirse desnudo, sin protección alguna.
Esta facilidad de comprar armas de fuego y jalar el gatillo.
Esta facilidad de asesinar y salir impune. Hasta el 2017 los datos brutos eran escalofriantes: la impunidad en México rondaba el 95 al 99 por ciento.
Nadie está a salvo.

Estos imposibles que el mundo contemporáneo y, sobre todo, nuestro mundo mexicano ha vuelto una tenebrosa realidad. El grupo político que se colude a favor de un cártel de drogas, pero se opone a otros. Los policías y los militares que combaten a unos traficantes, pero protegen a otros. Los jueces que no consignan a verdaderos malandrines o capos, pero edifican kilométricos embrollos legales para avanzar un centímetro en incuantificables casos infames y dolorosos. Normalistas desaparecidos y obreras descuartizadas. Maestros asesinados y niños calcinados. Periodistas ejecutados y treinta mil desaparecidos. ¿Quién puede con toda seguridad dar una cifra exacta?

La desproporcionada cantidad de víctimas, los ejércitos de la muerte o los sicarios que son ejecutados por otros sicarios (¿ex policías?) que terminarán siendo eliminados por otros sicarios (¿ex guardianes de la ley?).

¿Qué hay detrás del proceso que le ocurre a un niño de familia pobre a uno vendedor de drogas, custodio de cultivos, asesino?

¿Qué pasa con los mutilados o heridos o con aquellos cuerpos que han sido cocidos de la boca o cortados de las manos o de lenguas arrancadas?
¿Qué clase de diálogos se dan entre los socorristas y los que han sido agujereados del cuerpo? ¿Cuántos muertos por día y por noche? ¿41? ¿82? ¿Quién son estos anónimos? ¿Quién va a identificarlos? ¿Qué hacer con los niños que crecieron escuchando balazos? ¿Con los huérfanos que querrán hacer justicia? ¿Con las madres o viudas que anhelan encontrar a sus hijos o esposos?

Daños en los contornos y las consecuencias no esperadas de la acción que se traducen en enteras generaciones perdidas, hijos sin padres y padres sin hijos. En nuestro mundo de hoy demasiada gente se mata con exceso de facilidad. Cualquiera puede matar, como lo ha sintetizado muy bien el título de esta novela. Las balas que se compran en las tlapalerías de Texas son las que matan a los mexicanos. ¿Cómo es posible que un país que no fabrica armas sea el país que protagoniza una guerra devastadora y total?

¿Cómo se podrá tomar la salida de emergencia de este desierto de lo infame, de este submundo criminal? ¿Podrá lograrse a partir de la atención a los signos que nos proporciona nuestra tradición y la cultura?

Por incorruptible, disciplinado y devoto de sus convicciones, ¿hemos adoptado tan fácilmente la concepción de un posible renacimiento de México mediante la sola acción de los hombres de estatura extraordinaria?

No será suficiente. Como ninguna época antecedente, en pos de una 4T verdadera, la cultura impresa y los circuitos que los escritores alimentan serán decisivos.